8 de abril de 2009

Columna de Eugenio Tironi, sociólogo



Capital Familiar Chileno

En las últimas décadas Chile ha experimentado un aceleradísimo proceso de modernización de corte liberal, basado en el culto del individuo, de la economía, de la propiedad, del trabajo. Sus efectos sobre las familias han sido gigantescos, y no podía ser de otro modo. El número de hogares organizados en torno a parejas casadas ha declinado y sigue declinando. Los nacimientos fuera del matrimonio, que alcanzaban al 30 por ciento del total en 1970, ahora superan el 50 por ciento, por efecto de la declinación de la natalidad entre las mujeres casadas. El promedio de edad del primer matrimonio se ha elevado, llegando a 29 años en los hombres y 26,4 en las mujeres (contra 26,6 y 23,8, respectivamente, en 1980). Se ha desplazado el promedio de edad de la madre al momento de tener su primer hijo, y el promedio de edad al momento del segundo o tercer hijo ha subido aún más. Los hogares formados por parejas que cohabitan, por madres jefes de hogar, por solteros que nunca se han casado, siguen incrementándose.
    Todos esos cambios –entre otros— han acarreado fuertes tensiones para las familias, que han debido hacerse cargo de múltiples roles en forma simultánea: cuidado para niños y ancianos, por la incorporación de la mujer al mercado laboral; seguro y protección para quienes ya no pueden recurrir al Estado en momentos de crisis o depresión económica; hogar para jóvenes que prolongan su escolaridad con la expansión del sistema educativo, especialmente terciario; espacio afectivo para adultos estresados por el exceso de trabajo y por las incertidumbres propias de una sociedad de mercado.
    ¿Significa todo esto que la familia en Chile “está en crisis”? La afirmación se repite a menudo. En realidad las sociedades siempre sienten que sus formas de familia están en crisis, especialmente cuando experimentan agudos procesos de cambio. Sin embargo, los resultados de las Encuestas Bicentenario PUC — Adimark desmienten esa visión catastrofista ampliamente extendida.
    Lo que muestra esta encuesta es que la familia produce más satisfacciones que otros nexos sociales, como los amigos. Hay una alta disposición de la gente a permanecer viviendo en familia o en contacto con ella, incluyendo aquellos miembros más lejanos. Incluso hay una leve mayoría que preferiría que sus hijos solteros adultos se queden en el hogar. A esto se suma un elevado nivel de solidaridad intergeneracional: 31% considera que es obligación de los padres ayudar a los hijos aún cuando hayan dejado el hogar y pueden valerse por sí mismos, y 65% es favorable a que los hijos se hagan cargo de sus padres cuando envejezcan. En los sectores de menos ingresos esta adhesión a la familia es más marcada que en los grupos de ingresos más altos; y si bien decae entre los jóvenes, lo hace sólo levemente.
    Estos datos llevan a pensar que aquel vaticinio, que viene de la Revolución Francesa, de que el individuo moderno se alzaría sobre las ruinas de la familia —por lo que su extinción sería ineluctable—, aquí en Chile no se ha cumplido. Si bien el proceso de modernización está obligando a replantearse la estructura y las funciones de la familia, la adhesión a ésta continúa completamente vigente. Aquí el individuo parece constituirse desde y no contra la familia. Es más: Al revés de lo previsto, todo indica que en esta moderna “sociedad del riesgo” basada en el mercado, la globalización y la innovación permanente, la familia es un refugio emocional, económico y hasta físico al que las personas tienden a aferrarse con una fuerza cada vez mayor, en especial los grupos de menores ingresos que carecen de otra fuente de solidaridad.
    Que la modernización no haya quebrado el espíritu familístico que ha sido tradicional de la sociedad chilena es una buena noticia. Desde un punto de vista individual, porque ayuda a la felicidad: Nada, en efecto, ni la riqueza, ni el empleo, ni la educación, ni los amigos son más importantes que la familia en la determinación de la felicidad de las personas. Y desde un punto de vista colectivo, porque el hecho de preservar el sentido de familia forma parte de ese capital social –esto es, la confianza para cooperar y asociarse— que hoy se estima crucial para el éxito de las Naciones. El espíritu de familia, por lo tanto, no es una reliquia: es de las ventajas competitivas que Chile debiera proteger para alcanzar un desarrollo digno de ese nombre.

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