7 de septiembre de 2009

Derechos del niño, niña y adolescente


Mónica Contreras Jacob, Socióloga
Tengo derecho a participar
a expresarme y jugar con libertad
    En los últimos años hemos demostrado importantes avances en relación con nuestra concepción de la niñez y la adolescencia. Hoy es absolutamente coherente y legítimo representar a los actores de estas etapas de la vida como “personas activas en el presente” y no sólo como “proyectos de ciudadanos” para el futuro de un país. Los logros alcanzados por la generación que lideró la llamada revolución pingüina y el actual sistema de protección social para la infancia “Chile Crece Contigo”, son claro reflejo de ello.
    Esta concepción renovada de la niñez y de la adolescencia, se inspira y fundamenta en uno de los principios de la Convención sobre los Derechos del Niño: la participación. Siendo el ejercicio de derechos una expresión, en sí mismo, de participación, este principio se traduce en garantías muy concretas y se resume en el derecho de todo niño, niña y adolescente a expresarse, asociarse y recrearse con libertad, conforme a la evolución de sus facultades, teniendo como únicas restricciones el resguardo de su salud mental y física, y el respeto de los derechos de los demás y del bien común.
    Frente a este escenario, cabe preguntarse cómo podemos incorporar este mandato participativo de la niñez y la adolescencia en nuestra vida familiar. Sin duda, es todo un desafío que requiere renunciar a nuestro tradicional y omnipresente rol parental, asociado a la protección y al control, y transformarnos en facilitadores y promotores de una cultura de derechos, basada en la participación protagónica de nuestros hijos e hijas. Esto implica entregar, durante el proceso de socialización, herramientas socio-afectivas pertinentes para un ejercicio responsable de sus derechos, asegurar el acceso a diversos espacios para el entrenamiento y goce de la participación, así como también ponernos a su disposición con empatía, cuando ellos necesitan ser interpretados y/o representados en sus demandas e intereses, particularmente para el caso de los niños más pequeños.
    En definitiva, al menos en el ámbito familiar, reconocer el derecho de nuestros hijos e hijas a participar plenamente, es entender que estamos llamados a entregarles cuotas de poder a cada uno de ellos, para que puedan aportar a la vida en común e incidir en las pequeñas y grandes decisiones que se toman al interior del hogar.

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