7 de septiembre de 2009

Niño soñado, Niño real. Lo que hay que saber antes de adoptar



Todo padre adoptivo ha imaginado mil veces como será su hijo o su hija. Es normal soñar con nuestro hijo, pero junto a la fantasía se precisa formación e información que nos lleve a ser conscientes de la realidad de la adopción.

*Fuente: Revista Niños de Hoy. Nº 31, Primavera 2008 - Fundación Infancia de Hoy. Madrid, España.
Cristina Sallési Doménech, Pedagoga de la Fundació Blanquerna Asistencial i de Serveis. Barcelona
    La adopción tiene muchos elementos en común con la paternidad biológica. El más importante es que adoptar implica convertirse en padres e hijos de un modo pleno, establecer una relación paterno-filial en toda su extensión.
    Sin embargo, no podemos olvidar que la adopción implica además algunos retos especiales para los que debemos estar preparados: el proceso de adopción, la adaptación, la revelación de la condición de adoptado, la diferencia étnica, la familia biológica, la creación de la identidad… y muchos otros aspectos que pueden aparecer a lo largo de la vida.
    Es por este motivo que queremos empezar este artículo destacando la importancia de tener una actitud abierta hacia el aprendizaje, la formación y la recogida de información. Para ello, existen diferentes recursos de los que podemos disponer: Los servicios post-adoptivos existentes en muchas comunidades autónomas, las asociaciones de familias adoptivas o el acompañamiento por parte de personas con experiencia o profesionales conocedores del tema, nos pueden ser de gran utilidad y ayudarnos a entender las características de los niños adoptados, y así dar respuesta a sus necesidades en el seno de la familia.

    La adaptación familiar
    En muchas ocasiones hemos oído a familias expresando sus preocupaciones sobre ¿Cómo se va a adaptar el niño? ¿Cómo se relacionará con nosotros? ¿Qué come? ¿Dónde debe dormir?, como si la responsabilidad de la adaptación recayera exclusivamente en el niño. Es verdad que sus experiencias previas y sus vivencias condicionarán en cierto modo ese proceso, pero también la actitud de sus padres y las expectativas que éstos se hayan creado en torno a este proceso, van a influir en el desarrollo de los acontecimientos.
    Es por este motivo que hablamos de adaptación familiar y no de adaptación del niño, porque partimos de la idea de que es un proceso que no depende únicamente de una de las partes. Para que el niño pueda adaptarse a la familia, tiene que haber también por parte de ésta una predisposición a incorporar unos cambios, a ajustar unas expectativas y tener una actitud abierta, paciente y flexible.
    Hay, sin embargo, algunas orientaciones que nos pueden ser útiles para hacer más llevadera esta etapa y que pueden contribuir a la formación del vínculo:
    • No hay dos niños iguales, como tampoco hay dos procesos de adaptación iguales. Cada niño es diferente, tiene su ritmo, sus necesidades, su manera de vivir los cambios, sus vivencias y experiencias que sólo él interpreta de esa manera.
    • Debemos tener en cuenta su nivel madurativo y entender que en ocasiones no corresponde a su edad cronológica, por lo que tendremos que pensar en las circunstancias que ha vivido el niño e intentar empatizar con él.
    • Respetar su ritmo de adaptación e introducir de forma gradual los cambios en los hábitos. Evitar cambios que no sean los estrictamente necesarios.
    • Nuestra actitud respecto al niño debe ser prudente y de respeto, sobre todo a nivel afectivo y emocional, no intentando forzar situaciones que pueden provocar reacciones adversas.
    • No debemos confundir la indiferenciación que muestran la mayoría de los niños durante esta etapa, debido a la falta de vinculación afectiva, con la sociabilidad.
    Es evidente que con la llegada de un nuevo miembro a la familia cada uno tiene que volver a encontrar su lugar. A veces este proceso dura meses e incluso años.

    La creación del vínculo
    Nuevamente, nos encontramos ante una cuestión de corresponsabilidades o de responsabilidades compartidas. No es solamente el niño el que debe vincularse a los padres, sino que también los padres deben establecer ese vínculo afectivo que convierta a ese niño en su hijo y a ellos mismos en papás. Por ese motivo vamos a hablar, aunque este tema requeriría un tratamiento en más profundidad de la que podemos ofrecer hoy, de cuáles son las causas que puedan dificultar o favorecer la creación de ese vínculo.
    Empecemos por los adultos. Uno de los aspectos más importantes es cómo llegamos a la adopción. Cuál es camino recorrido, cuál es la función de este niño en nuestra familia, qué motivos nos llevan a adoptar.
    Otro elemento importante es el hecho de tener unas expectativas reales en torno al niño adoptado. Es decir, aprender a aceptar y querer a aquel niño tal y como es y no esperar siempre que sea como nos gustaría que hubiera sido. Este aspecto es fundamental para entender que ese niño tal vez no responda a nuestro imaginario de hijo ideal, sino que es el que muestra su rabia, su tristeza, el que nos rechaza, el que no responde a nuestras expectativas, el que todavía es un desconocido, el que llama mamá a todas las señoras, el que tiene dificultades motrices, cognitivas, el que la mala alimentación ha dejado secuelas físicas, el que… habríamos deseado diferente. Aceptar a ese niño al que nos costaba imaginar, es el primer paso para poder establecer ese vínculo, para poder adoptarlo emocionalmente.
    Por lo que hace referencia a los niños, la vida en una institución es un elemento común en los menores adoptados. A pesar de ello, las vivencias, las situaciones y los puntos de partida pueden ser muy distintos. Los niños adoptados en algunos casos han estado prácticamente desde el nacimiento en una institución, otros provienen de familias donde han vivido situaciones de precariedad afectiva y emocional, otros han sido maltratados por sus progenitores… cualquiera de estas circunstancias son causantes de importantes carencias afectivas, falta de referentes claros y estables, malas relaciones con los adultos… lo que dificulta el establecimiento de vínculos sanos y estables.
    Contrariamente, hay niños que han vivido con la familia biológica y han sido deseados y queridos y, por circunstancias económicas o de salud, han tenido que ser dados en adopción o que han estado con una familia de acogida que los ha cuidado mientras no eran adoptados.
    Es evidente que la afectividad que han recibido y los vínculos que han podido establecer, por muy distinta que sea la cultura, les sirve de punto de partida para poder establecer nuevas vinculaciones sanas y gratificantes.

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