23 de diciembre de 2009

Columna de Paulo Ramírez, periodista


Asuntos de Familia

Hay algo que hace tiempo dejó de funcionar como debiera en nuestra sociedad. Algo a lo que nadie le ha echado una mirada en los debates políticos, en las campañas, en los “puerta a puerta”, en las propuestas de grupos de iluminados o de supuesta participación ciudadana para elaborar las políticas públicas que perseguiremos durante los próximos años. Lo que dejó de funcionar y nos tiene como al desorientado Virgilio en el medio de una selva oscura es la familia, la institución más esencial de todas, la que tenemos más cerca y de cuya salud depende prácticamente todo lo demás que puede llegar a ser relevante.

    Es cierto que el problema ha sido descrito muchas veces, pero no ha sido asumido como un asunto crítico que constituye la base de gran parte de nuestros males sociales, o que lleva a la agudización de muchos de los “vicios del mundo moderno”, para ponerlo en palabras de Parra. Para el Estado o para quien sea que lo subsidie (fundaciones bien inspiradas y bien financiadas, organizaciones no gubernamentales de la filiación que sea, iglesias de fe diversa y hasta grupos de espontáneos), el intentar suplir lo que la familia deja de hacer es una tarea monumental además de incierta. Lo que encuentran como desafío estas instituciones sociales de dimensión distinta es tan medular en la formación y el desarrollo vital del ser humano que resulta en el fondo irremplazable, sobre todo si le considera a gran escala, como está comenzando a suceder.
    ¿Cómo la organización del Estado o de ciudadanos independientes pueden entregarle a un niño, por ejemplo, esa mirada concentrada de una madre amorosa, capaz de descubrir en su hijo el primer asomo de un malestar, la primera seña de una incomodidad que necesita resolución inmediata? ¿Cómo pueden guiar con cariñosa firmeza a un preadolescente que amenaza con desviarse en su natural búsqueda de autonomía personal, en su descubrimiento del mundo realizado a tientas, estimulado por la necesidad de probar de primera mano la incertidumbre de la vida, el vértigo de lo inesperado, la fortaleza de su propia voluntad? ¿Cómo pueden mantener a ese niño y niña de verdad conscientes del valor de su cuerpo, de su libertad, de la profundización de sus capacidades? ¿Cómo pueden darle a un anciano enfermo los signos de caridad tan profundos que contienen una mano bien apretada, un paño frío en la frente afiebrada o el confort de unos pies entibiados?
    La vida nos enseña que la resiliencia del ser humano es casi infinita. Somos capaces de levantarnos después de los golpes más destructivos, capaces de adaptarnos a las condiciones de existencia más precarias, y de la falla de todas las estructuras humanas puede resultar la aparición de un sabio, un santo o un genio… pero sólo de manera excepcional y con la coincidencia milagrosa de circunstancias que sólo Dios sería capaz de diseñar. Es grande la capacidad de levantarnos del suelo y es grande la disposición de muchas personas caritativas que entregan su tiempo y sus bienes a los demás. Pero lo que está efectivamente al alcance de nuestras manos tiene un costo y requiere de un esfuerzo que bien conocen tanto la Fundación San José como las múltiples instituciones que se le hermanan.
    La propia realidad de la adopción, sin ir más lejos, es un enorme ejercicio de voluntad organizacional que involucra a decenas de personas con todas sus capacidades, que requiere actos heroicos de generosidad, además de recursos muy superiores a lo que uno podría imaginarse, y todo eso para reparar una trizadura dolorosa ocurrida en lo más íntimo de la vida de una mujer (un proceso lento y dificultoso que ayuda a sanar también otras heridas profundas, la de un niño amenazado de vida y la de unos padres cuyo sueño fundamental se realiza). El resultado, finalmente, se obtiene, y conocemos decenas de felices testimonios. Pero el empeño para conseguirlo es titánico. Esto mismo experimentan día a día quienes dedican sus esfuerzos a niños en situación de abandono, a menores agredidos, a ancianos enfermos, a jóvenes adictos, a personas con limitaciones físicas que además de tratamiento médicos necesitan sobre todo cuidado y preocupación.
    Las sociedades modernas tienen desafíos gigantescos, sobre todo en las grandes ciudades, donde la polarización y la tensión son crecientes. Si sigue fracasando la familia será en la práctica imposible abordar esos desafíos. No hay políticas públicas ni recursos estatales ni voluntades grupales capaces de entregarle a las millones de personas que lo requieren el amor cercano y gratuito, tan simple, tan necesario, pero tan esquivo, que es posible encontrar dentro de una familia.

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