23 de diciembre de 2009

Columna de Pbro. Rodrigo Tupper


Un fuego que enciende otros fuegos

Esta mañana el matrimonio de Paula y Héctor escribía un correo anunciando una maravillosa noticia: “el lunes conocimos a nuestra segunda hija, se llama Camila y tiene apenas dos meses”. Ella ha venido a unirse a Matías, su hermano mayor de tres años, también adoptado.

    Hoy, son cada vez más los matrimonios que buscan en la adopción un camino de plenitud, que les permita vivir la paternidad y la maternidad dando el amor, el cuidado y el acompañamiento de toda una vida. A los hijos adoptados también se les llama “hijos del corazón”, ya que, aunque nacieron en una familia que no los puede cuidar, son recibidos por otra que, con igual abnegación y compromiso, los quiere acoger en medio suyo.

    Sin embargo, aunque el tema de la adopción ha salido más a la luz durante los últimos años, hay personas que, por desconocimiento, todavía tienen muchos prejuicios infundados. Por esto, creo es necesario todavía avanzar más para que nuestra sociedad amplíe su mirada de familia, muchas veces sesgada. Éstos son niños como cualquier otro, con la misma necesidad de ser hijos, hermanos, sobrinos o nietos.

    La fecundidad es un tema delicado que los novios deben plantearse, ojala, antes del matrimonio: ¿Qué pasa si no pueden concebir un hijo? ¿Cómo van a enfrentar la situación? ¿Es la adopción una opción que están dispuestos a asumir como familia?

    Se experimenta mucha angustia cuando no se puede procrear un hijo biológico, la infertilidad es una noticia que se vive con mucho dolor. Requiere pasar por un periodo de duelo, que afecta la vida de la pareja, pero que puede abrir una gran puerta de esperanza y fe. Entre otros caminos, puede conducir a la decisión de la adopción. En este proceso de discernimiento, la Virgen María es una buena consejera. Ella tiene una fina sintonía como madre de un niño “encomendado” por Dios para su cuidado y tuvo la tarea de enseñarle la fe de su pueblo, que esperaba con ansias al Mesías, al Salvador. Ella lo vinculó con su cultura, le enseño a dar sus primeros pasos y a ponerse de pie para tener el coraje que le permitio enfrentar la misión de liberación definitiva que le había encomendado su Padre. Animo a quienes se encuentran en esta etapa de discernimiento a que lo hagan de la mano de la Madre de Jesús.

    La adopción tiene la lógica del embarazo: requiere de gran paciencia para realizar el proceso que busca a padres aptos; entrevistas, recomendaciones, tiempo en oficinas, que puede parecer un exceso, pero esperan garantizar el mejor hogar para un niño que viene a la vida en desventaja, que trae en su equipaje su propia carga genética, su temperamento y su propia historia, que se unirá a la historia de sus progenitores.

    Cuando se recibe la noticia de la adopción, los niños llegan con su “marraqueta bajo el brazo”, ya que despiertan una cadena de afectos entre los amigos, compañeros, jefes de trabajo, vecinos, etc., que llenan de alegría a la familia. Con la llegada de un hijo o hija, nace un nuevo sentido para vivir, que se asienta con el sentido de paternidad y maternidad, tan desconocido y que, con el tiempo, hace crecer y madurar a los padres.

    Paula y Héctor cuentan que la adopción de sus hijos les ha hecho comprender que sólo la inversión en el verdadero amor, tanto familiar, matrimonial, paternal y maternal, son las reales herramientas que transforman a cualquier hijo, para que sea una persona feliz, que sepa aprovechar las oportunidades de plenitud que Dios tiene para cada uno de sus hijos e hijas a partir del reconocimiento de sus dones.

    Finalmente, quiero agradecer el testimonio de tantos matrimonios que han dado su vida por sus hijos adoptivos, ellos no sólo han dado mucho, sino que también han recibido más de lo que esperaban, el amor es un fuego que enciende otros fuegos. Que estos testimonios animen a las parejas que aún no se deciden a dar el paso, para que se pongan en las manos de Dios, quizás para ellos hay un niño que espera a su papá y su mamá.

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