22 de diciembre de 2010

Dra. Cecilia Avenatti, Profesora de Estética


gratuidad y gratitud"Este mundo en que vivimos tiene necesidad de belleza
para no caer en la desesperanza"
Pablo VI, Vaticano, diciembre de 1965

    Los seres humanos no podemos vivir sin belleza porque no podemos vivir sin gratuidad. La esencia de nuestro ser es precisamente eso, pura gratuidad, ya que podríamos no haber existido y sin embargo aquí estamos habitando un suelo y una historia. Todo lo que realmente juzgamos valioso lo hemos recibido de otro como don gratuito: la vida, los encuentros, los afectos, las raíces. A la gratuidad de lo dado, el ser que madura hacia su plenitud responde con la gratitud. Recibirnos a nosotros mismos como un don, para nosotros mismos y para los otros, es la experiencia que nos impide caer en la trampa de la desesperanza y el desaliento.

    Ahora bien, este dinamismo gratuidad-gratitud es propio de aquella experiencia de lo bello, en cuyo centro el amor es vivido y comprendido como exceso de plenitud. Los antiguos griegos eligieron el deseo para nombrar al amor y, desde entonces en nuestro imaginario occidental, Eros se debate entre la carencia y la posesión de su objeto. Este es un modo de entender el amor, pero no es el único. Hay otras formas de vivir y comprender el amor que resultan superadoras de la dialéctica deseo-carencia y goce-posesión. El dinamismo estético gratuidad-gratitud que intentamos proponer aquí es una de estas otras formas.
    En el modo del amor que proponemos no es el goce de la posesión el que da felicidad, sino la gratitud que suscita en el fondo de nuestro ser la experiencia de lo gratuitamente dado. La belleza es la portadora de la gratuidad que irrumpe en el devenir de la vida humana. En su aparecer ella muestra y manifiesta que el fondo del ser es sin fondo, porque el amor es su esencia. Esto es justamente lo que nos atrae en la belleza: que ella es la epifanía del amor excesivo de un origen que se derrama para regalarnos el ser. Agradecidos, respondemos recibiendo y fructificando el desborde de amor que así nos ha sido entregado. Percibir la belleza como misterio de gratuidad, responder con gratitud al amor que en ella se nos manifiesta y comprender la verdad de lo que somos es uno y el mismo acto de plenitud humana.
    Con conciencia reflexiva o sin ella, todos los seres humanos estamos llamados a realizar esta experiencia de la gratuidad y la gratitud que nos devela quiénes somos cada uno de nosotros en nuestra particular y propia misión. La paternidad y maternidad es una de esas experiencias en las que el dinamismo del don como constitutivo de lo humano se hace patente con especial fuerza. La llegada del hijo, que nos convierte en padres y madres, puede vivirse desde el deseo-carencia y el goce-posesión o desde el exceso de plenitud que constituye la esencia del dinamismo gratuidad-gratitud. De la opción que realicemos dependerá el camino que recorreremos con el niño que nos ha sido confiado.
    Todo hijo es un don que recibimos o en el hueco de la carencia o en la plenitud de la gratuidad. La posesión que sigue a la carencia nos deja siempre insatisfechos, la gratitud que provoca la gratuidad nos libera y hace plenos. La belleza es indomable, ella no se deja poseer porque no le interesa poseer. Ella es desinteresada, pura entrega. La dimensión estética de la vida familiar consiste en vivir y descubrir que es el desinterés de la belleza el que nos hace hombres y mujeres de bien. La paternidad y maternidad que se realizan por el camino de la adopción constituyen una oportunidad singular para atestiguar ante el mundo que la gratuidad y la gratitud son dimensiones constitutivas de lo humano.
    En un presente atravesado por la desesperanza y el desaliento, los padres adoptivos son testigos privilegiados del amor donado. En la inaudita gratuidad de la sonrisa del hijo ellos le descubren al mundo la posibilidad de configurar una sociedad de hombres y mujeres agradecidos por haber recibido el don de ser amados.

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