13 de agosto de 2011

Opinión profesional

Bernardo Edwards, psicólogo
La evaluación de los postulantes a padres adoptivos
Al comenzar el camino hacia la adopción, muchos matrimonios se cuestionan las razones por las que deben ser evaluados psicológicamente, lo que muchas veces es identificado como una barrera que les separa del anhelo de realizar su proyecto familiar.
    La gran mayoría de los postulantes ingresa a la evaluación después de un período de espera y dolor, de repetidas frustraciones de su deseo de concebir un hijo, de frecuentes ilusiones, desilusiones y experiencias que fueron muchas veces vividas como traumáticas. Cuando aparece la adopción como una alternativa real, se acaban los tratamientos y los exámenes médicos, que llevan implícito la sobreexposición de la pareja que lucha por conseguir su objetivo a costa de un gran desgaste emocional, familiar y económico. Sin embargo, al embarcarse en este proceso comienza otro tipo de exposición. Los postulantes ahora deben desnudar aspectos de su vida personal, de sus experiencias familiares de pérdidas y duelos, y deben hacerlo frente a un extraño y sin una motivación personal a revisar su vida, más que como una exigencia del proceso; el matrimonio no viene a descubrir algo sobre su vida, ni a indagar en sus dolores, potencialidades y posibles conflictos, sólo existe la premura por consolidar un proyecto, tantas veces postergado por diversas razones que nunca han sido excluyentes de dolor.  
    Sin duda ningún postulante se considera a sí mismo potencialmente no idóneo, de lo contrario no se acercaría a una institución con la intención de adoptar, pero la posibilidad de que la evaluación psicológica concluya en un rechazo, vuelve a exponer al matrimonio a una situación de estrés y potencial frustración, viviendo la incertidumbre de que nuevamente su proyecto sea puesto en jaque, en una especie de retraumatización.
    Con frecuencia se produce el cuestionamiento por parte de los postulantes en relación con que nadie parece evaluar a los padres biológicos, y ellos pueden reconocer claramente falencias en amigos, parientes o incluso sus propios padres, a quienes nunca les fue puesta en duda la realización de su paternidad.
    Para referirnos, entonces, a la importancia de esta evaluación, debemos considerar primero al niño que va a ser recibido por esta familia, quien posee una historia marcada por el abandono y que carga con un dolor latente, que puede actualizarse –y de hecho lo hará-  en distintos momentos de su desarrollo, de maneras diversas según evolucione en el desarrollo de su pensamiento y sus posibilidades de interactuar con la realidad. Es por el bien superior del niño que el dolor y el duelo del matrimonio debe pasar a un segundo plano desde el momento que reciben a su hijo, cuyo dolor es ahora el importante y del que ellos se harán cargo. Deben acompañar y ofrecer apoyo al niño en la elaboración de las experiencias que le permitan un adecuado desarrollo, asumiendo que la historia que lo marcó es parte constituyente de su ser.
    El matrimonio debe ser capaz de acompañar el dolor de su hijo, sin prestarse a la posibilidad de  suprimirlo u olvidarlo, y para ello es crucial que sus propias experiencias de dolor y de duelo no hayan sido a su vez suprimidas u olvidadas, por adaptativo que esto haya resultado en algún contexto o etapa determinada de su historia. Al establecer vínculos, debemos usar nuestra propia experiencia para empatizar con quienes nos rodean, y la elaboración de nuestras experiencias infantiles, por distantes y remotas que parezcan, indiscutiblemente nos marcan en las relaciones presentes, tanto para nuestras potencialidades como padres como en cuanto a las dificultades que pudiéramos encontrar en la crianza de los hijos. La importancia de la evaluación en este contexto es que entrega posibilidades de hacer una revisión de los conflictos de los postulantes, demarcar áreas que necesitarán ser trabajadas y elaboradas para poder hacer frente a las necesidades de los niños, y entregar las posibilidades de ser contenidos y apoyados para poder sobrellevar las experiencias dolorosas que han debido atravesar antes de la adopción.
    La evaluación psicológica de los postulantes a padres adoptivos abre la posibilidad de explorar y trabajar aspectos de su persona, desarrollando herramientas personales para un mejor cumplimiento de su rol parental, de modo de potenciar al máximo la experiencia familiar que ya comienzan a construir a la espera de su hijo y con el lugar psicológico que se gesta para recibirlo. Esto beneficia no particularmente al niño, sino que a la familia adoptiva. 

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