10 de agosto de 2011

Pbro. Rodrigo Tupper

La adopción de niños mayores

Toda familia, sea esta biológica o adoptiva es un santuario de la vida, un ámbito esencial donde los niños y la familia en su conjunto están llamados a crecer, a desarrollarse para ser felices, alcanzar la plenitud y sentido para vivir.
    Esta creación de origen divino otorga al ser humano una dignidad inalienable de hijo de Dios quien es imagen y semejanza de su propio creador. Entendido así todo niño y niña, no importando su edad ni su origen, merecen un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos, más aún si se trata de pequeños que dependen totalmente de los adultos como son los niños discapacitados, que están postrados o enfermos.
    Hoy enfrentamos una dura realidad: existe un segmento de niños y niñas que por su edad se encuentran en la “periferia” de nuestra sociedad, son los mayores de cuatro años, los enfermos o los que están junto a un grupo de hermanos esperando una adopción que, por sus características peculiares, a veces nunca llega.
    Ellos forman parte de una lista de casos que resultan difíciles de ubicar en una familia puesto que se deben enfrentar a muchos prejuicios que los encasillan como un “problema” porque han sufrido traumas, maltratos, negligencia, abusos, abandono, entre otras situaciones muy dolorosas. Puede haber temor que el niño tenga dificultades emocionales que afecten su aprendizaje escolar o que tenga ciertas conductas que atemoricen a quienes buscan adoptar o que éstos no sepan enfrentar.
    Son los actuales postergados, los que cuentan menos a la hora de privilegiar una adopción, que han sufrido heridas profundas en su vida, fruto de una historia que les impidió conocer el amor gratuito e incondicional de su familia de origen y que, sin embargo, como cualquier otro niño están llamados a vivir en plenitud en medio de una comunidad de amor y solidaridad que se abre a acoger la vida que llega con ellos.
    Es más común que los padres adoptivos anhelen un recién nacido. Existe la creencia que un niño mientras más pequeño sea, más se podrá “modelar” o parecer al estilo e imagen de sus padres adoptivos. Sin embargo, he aprendido en el acompañamiento a muchas familias que los hijos biológicos no siempre son lo que los padres esperaban o soñaban. Antes bien, las experiencias de sufrimiento y dolor de los niños mayores, puede permitir que pongan todo de sí para salir adelante junto a sus padres adoptivos. El calor de un hogar que los recibe y acepta gratuitamente puede lograr la calidad de vida familiar que ambos han buscado construir. Como en toda familia, cuando se adoptan niños mayores o con alguna característica especial, habrá momentos logrados, felices, de incertidumbre, de muerte y de resurrección donde los adoptados, probablemente querrán probar a sus padres para tener la certeza que esta vez este nuevo proyecto de familia es definitivo. Se requerirá mucha paciencia, ternura y perseverancia.
    Por otra parte, esta adopción tiene muchas ventajas, sobre todo cuando se trata de padres de más de 40 años que se encuentran en una etapa donde no disponen de la energía de los más jóvenes, ni tampoco quieren volver a partir con un recién nacido.
    Quisiera, al terminar estas líneas, celebrar la decisión de los padres y madres que han adoptado a un hijo o hija mayor. Dios lleva grabado en su palma el rostro y la historia de todo niño o niña, Dios no abandonará nunca a los padres en la hermosa tarea de formar familia.
    Todo niño, no importando la edad que tenga, tiene una dignidad inalienable de ser hijo de Dios, imagen y semejanza de su propio creador. Jesús estuvo muy cerca de ellos y nos enseñó que hay que tener un corazón como niño porque de ellos es el Reino de Dios, Reino de amor y de justicia. ¡Y cómo no va a ser justo y necesario que cada niño tenga una familia donde crecer!
    Que Dios los bendiga en abundancia y José, padre adoptivo de Jesús, les acompañe día a día en la hermosa tarea de construir en conjunto una familia con rasgos de Reino y plenitud.

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