26 de diciembre de 2012

Adopción internacional

La riqueza de nuestras diferencias
Joachim Forget, médico, él mismo proveniente de la adopción internacional, nos comparte su percepción de la diferencia vivida por todo niño adoptado. Nos enseña cómo esta experiencia puede valorarse, con la condición de ver en la adopción una oportunidad brindada a un niño de crecer en una familia.
Nací en Corea del Sur el 15 de abril de 1983 con el nombre de Kim Jae Duk. Me abandonaron en las calles de Seúl a los tres meses de edad, acogido en un orfanato y luego en una familia de acogida, para finalmente ser adoptado con nueve meses por una familia francesa. Mi caso es similar al de muchos otros niños provenientes de Corea del Sur adoptados en los años 1970-1980 en Europa y en Suiza.

La confrontación a su identidad,
una etapa restringida por la puesta en relieve de la diferencia
Ser adoptado en un entorno de vida favorable y en buena salud es una oportunidad. Nunca se dirá suficientemente. El niño proveniente de la adopción internacional lo percibe a menudo tardía y difícilmente. Vive ontológicamente una forma de disociación personal, al menos aquella que le prestan o le sugieren, dado que proviene de lo que comúnmente se denomina “la diversidad”. Crece así condicionado al hecho que sería un poco diferente del grupo, y se lo recuerdan frecuentemente, a pesar de la inexistencia evidente del abismo cultural. La problemática no es completamente similar a la de los niños inmigrados: estos pueden alegar un doble bagaje cultural, una imagen de identidad proveniente del entorno familiar. El niño adoptado tiene como única cultura aquella recibida de sus nuevos padres. Incluso en las adopciones tardías, es común observar una sustitución rápida del idioma materno por el del nuevo entorno lingüístico, como lo demuestran los trabajos científicos en neuro-imaginería cognitiva.
Sin embargo, la diferencia visual para el otro sigue presente y las preguntas empiezan muy temprano en las escuelas: “¿De dónde eres?”, “¿Eres chino?”. Convencido de ser un buen francés, por mi parte, frecuentemente me olvidaba de mi cara asiática a falta de espejo de baño o de elevador para recordármelo.
Así, la confrontación con la diferencia se limita a tener que justificarse y a confiar la intimidad de un pasado proveniente de otra parte.
“Ser adoptado”: La idea preconcebida del trastorno “identitario”, ¡cuidado, peligro!
Muchos de los trabajos escritos sobre la adopción hablan de personas que sufren. Deseo, sin embargo, aportar un mensaje más matizado y profundamente positivo sobre la adopción, al advertir contra una “patologización” abusiva de la identidad del niño adoptado. Recordemos el ejemplo: “No me siento diferente, pero sin cesar me recuerdan que así deberá ser”. Todo está en juego aquí. La discriminación llevada a cabo, sea negativa o positiva, pone de relieve una diferencia étnica de apariencia – tan bella como puede ser, la de una fisonomía asiática o africana en medio de caras caucásicas. La etiqueta identitaria “adoptado” propone una explicación que tiende a todos los problemas identitarios. Es un verdadero peligro, e interpretaciones seudo-psicoanalíticas son fáciles de manifestar y de oír, amenazando de encasillar a la persona adoptada en alguna forma de condicionamiento resultando a veces en una (auto)culpación en exceso. En materia de interacciones sociales, veremos así surgir pensamientos introspectivos o consejos amigables del tipo “Soy abandónico, es por ello que me encariño demasiado” o, al contrario, “Eres adoptado, es por ello que tienes miedo de encariñarte o de comprometerte, sabes”. Siempre es posible encontrar una hipótesis verosímil en la que la adopción será la culpable asignada a una dificultad de la existencia. Este modo de razonamiento puede rápidamente convertirse en el pretexto para señalar con el dedo lo que, de manera factual, ha sido un bonito regalo, el de una vida mejor que en una institución o en la calle.
En el fondo, todos, adoptados o no, hemos vivido evoluciones escandalosas de nuestra personalidad, una crisis en la adolescencia, conflictos parentales, penas de amor. ¿Quién nunca se ha preguntado en la infancia si sus padres eran realmente sus verdaderos padres? Se trata aquí de problemas emocionales de humanos, ricos en complejidad y en similitudes, independientemente de los orígenes y de la cultura.
Saber minimizar y valorar la diferencia al mismo tiempo
El posicionamiento del padre adoptivo es delicado, y como para cualquier padre, el aprendizaje por intentos-errores es frecuente, para encontrar el justo equilibrio entre estigmatizar y valorar la singularidad de esta identidad de dos caras.
¿Qué hacer? Todo lo que se pueda, ya que no existe el secreto de la parentalidad. Los padres adoptivos han pasado por etapas, oh cuán dolorosas, antes de llevar a cabo su proyecto de adopción. Padres, denos con amor lo que sabrán aprender de su rol en contacto con el niño que habrán acogido en su hogar. Sean vigilantes con respecto a las vicisitudes de estos énfasis o descuidos de la diferencia, con el fin de que su hijo sepa construirse una identidad entera y única, la suya. Ustedes, padres adoptivos, han probablemente estado impacientes de acoger a su hijo; pero, luego, hacer que un niño –adoptado o no– crezca requiere de mucha perseverancia, con el fin de lograr reconciliar las diferentes facetas de una identidad rica en diversidad. Se trata de una dinámica que necesita el rigor del contrapunto, la rectitud de las armonías, la resolución de las discordancias, así como la ligereza lírica y adornada de una invención con tres voces de Johann Sebastian Bach. Con su belleza mística y su parte de espontaneidad, por supuesto.

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