La riqueza de
nuestras diferencias
Joachim Forget,
médico, él mismo proveniente de la adopción internacional, nos comparte su
percepción de la diferencia vivida por todo niño adoptado. Nos enseña cómo esta
experiencia puede valorarse, con la condición de ver en la adopción una
oportunidad brindada a un niño de crecer en una familia.
Nací
en Corea del Sur el 15 de abril de 1983 con el nombre de Kim Jae Duk. Me
abandonaron en las calles de Seúl a los tres meses de edad, acogido en un
orfanato y luego en una familia de acogida, para finalmente ser adoptado con
nueve meses por una familia francesa. Mi caso es similar al de muchos otros
niños provenientes de Corea del Sur adoptados en los años 1970-1980 en Europa y
en Suiza.
La confrontación
a su identidad,
una etapa restringida
por la puesta en relieve de la diferencia
Ser adoptado en un entorno de vida favorable y en
buena salud es una oportunidad. Nunca se dirá suficientemente. El niño
proveniente de la adopción internacional lo percibe a menudo tardía y
difícilmente. Vive ontológicamente una forma de disociación personal, al menos
aquella que le prestan o le sugieren, dado que proviene de lo que comúnmente se
denomina “la diversidad”. Crece así condicionado al hecho que sería un poco
diferente del grupo, y se lo recuerdan frecuentemente, a pesar de la
inexistencia evidente del abismo cultural. La problemática no es completamente
similar a la de los niños inmigrados: estos pueden alegar un doble bagaje
cultural, una imagen de identidad proveniente del entorno familiar. El niño
adoptado tiene como única cultura aquella recibida de sus nuevos padres.
Incluso en las adopciones tardías, es común observar una sustitución rápida del
idioma materno por el del nuevo entorno lingüístico, como lo demuestran los
trabajos científicos en neuro-imaginería cognitiva.
Sin embargo, la diferencia visual para el otro sigue presente y las preguntas empiezan muy
temprano en las escuelas: “¿De dónde eres?”, “¿Eres chino?”. Convencido de ser
un buen francés, por mi parte, frecuentemente me olvidaba de mi cara asiática a
falta de espejo de baño o de elevador para recordármelo.
Así, la confrontación con la diferencia se limita a
tener que justificarse y a confiar la intimidad de un pasado proveniente de otra
parte.
“Ser adoptado”: La idea
preconcebida del trastorno “identitario”, ¡cuidado, peligro!
Muchos de los trabajos escritos sobre la adopción
hablan de personas que sufren. Deseo, sin embargo, aportar un mensaje más
matizado y profundamente positivo sobre la adopción, al advertir contra una
“patologización” abusiva de la identidad del niño adoptado. Recordemos el
ejemplo: “No me siento diferente, pero sin cesar me recuerdan que así deberá
ser”. Todo está en juego aquí. La discriminación llevada a cabo, sea negativa o
positiva, pone de relieve una diferencia étnica de apariencia – tan bella como puede ser, la de una fisonomía asiática
o africana en medio de caras caucásicas. La etiqueta identitaria “adoptado”
propone una explicación que tiende a todos los problemas identitarios. Es un
verdadero peligro, e interpretaciones seudo-psicoanalíticas son fáciles de
manifestar y de oír, amenazando de encasillar a la persona adoptada en alguna
forma de condicionamiento resultando a veces en una (auto)culpación en exceso.
En materia de interacciones sociales, veremos así surgir pensamientos
introspectivos o consejos amigables del tipo “Soy abandónico, es por ello que
me encariño demasiado” o, al contrario, “Eres adoptado, es por ello que tienes
miedo de encariñarte o de comprometerte, sabes”. Siempre es posible encontrar
una hipótesis verosímil en la que la adopción será la culpable asignada a una
dificultad de la
existencia. Este modo de razonamiento puede rápidamente
convertirse en el pretexto para señalar con el dedo lo que, de manera factual,
ha sido un bonito regalo, el de una vida mejor que en una institución o en la
calle.
En el fondo, todos, adoptados o no, hemos vivido
evoluciones escandalosas de nuestra personalidad, una crisis en la
adolescencia, conflictos parentales, penas de amor. ¿Quién nunca se ha
preguntado en la infancia si sus padres eran realmente sus verdaderos padres?
Se trata aquí de problemas emocionales de humanos, ricos en complejidad y en
similitudes, independientemente de los orígenes y de la cultura.
Saber minimizar y valorar la diferencia al mismo
tiempo
El
posicionamiento del padre adoptivo es delicado, y como para cualquier padre, el
aprendizaje por intentos-errores es frecuente, para encontrar el justo
equilibrio entre estigmatizar y valorar la singularidad de esta identidad de
dos caras.
¿Qué hacer? Todo lo que se pueda, ya que no existe
el secreto de la
parentalidad. Los padres adoptivos han pasado por etapas, oh
cuán dolorosas, antes de llevar a cabo su proyecto de adopción. Padres, denos
con amor lo que sabrán aprender de su rol en contacto con el niño que habrán
acogido en su hogar. Sean vigilantes con respecto a las vicisitudes de estos
énfasis o descuidos de la diferencia, con el fin de que su hijo sepa
construirse una identidad entera y única, la suya. Ustedes ,
padres adoptivos, han probablemente estado impacientes de acoger a su hijo;
pero, luego, hacer que un niño –adoptado o no– crezca requiere de mucha
perseverancia, con el fin de lograr reconciliar las diferentes facetas de una identidad
rica en diversidad. Se trata de una dinámica que necesita el rigor del
contrapunto, la rectitud de las armonías, la resolución de las discordancias,
así como la ligereza lírica y adornada de una invención con tres voces de
Johann Sebastian Bach. Con su belleza mística y su parte de espontaneidad, por
supuesto.
URL Abreviada: http://numrl.com/rnd08
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