Cuando se adopta a un niño, se inicia una nueva familia
con una carga adicional. Aquellos niños que por algún motivo vieron rotos sus
vínculos sanguíneos, traen una historia de origen que es necesario asumir y comprender,
con todas las dificultades y desafíos que eso significa, pero que realizado
apropiadamente permitirá un auténtico proceso de reparación en el hijo.
Establecer que el ejercicio de la parentalidad significa
todo un desafío, suena a lugar común que sobreestima la realidad de todos
aquellos que forman y encabezan una familia. Esto a simple vista, porque en el
caso de las familias adoptivas, detrás de este aparente cliché se encuentra una
realidad que si no se aborda y maneja adecuadamente, puede llegar a poner en
riesgo incluso el objetivo más preciado: la adopción como proceso reparatorio
de toda aquella persona que inició su vida con ese quiebre fundamental, que
significa la separación de su familia de origen.
Pero cómo hablar de aquello que tanto duele, cuando hay
recuerdos, experiencias traumáticas, vínculos con familiares que de un momento
a otro desaparecieron de la vida del niño; cuando lo que siempre procuramos
como padres es cuidar, proteger y, en la medida de lo posible, evitar penas y
dolores. De acuerdo a algunos especialistas, podrá parecer difícil asumir esta
historia de origen e incorporarla a la identidad y la vida del hijo, así como a
la nueva familia que se está construyendo, pero no sólo es posible, sino
también necesario.
Para Matías Marchant, psicólogo con experiencia como
Director Clínico de Casa del Cerro y que actualmente atiende a los niños del
hogar Misión de María, es necesario considerar el contexto en que actualmente
se realizan las adopciones y cómo ha cambiado la sociedad respecto de este tema
en el último tiempo. “Los padres, comparado con 20, 30 ó 40 años atrás, se han
abierto a la necesidad de incorporar la historia de origen de sus hijos
adoptivos”.
Inhabilidad
parental: cuando interviene un tercero
Actualmente en el país, los niños susceptibles de ser
adoptados están en esta condición por cesión, abandono o inhabilidad física,
mental o moral de sus padres. Esta tercera categoría implica variadas
condiciones, como enfermedades mentales, alcoholismo, consumo de drogas,
maltrato y distintas circunstancias que expongan al niño a situaciones de
vulneración o riesgo.
Según explica Marchant, en 2010 el 84 por ciento de los
niños que fueron enlazados con familia adoptiva, se invocó en el proceso la
inhabilidad parental como causa única o principal. “Históricamente el abandono
era la causal mayoritaria para declarar la susceptibilidad de adopción, en
América mayormente por razones culturales y en Europa por situaciones de
guerra. Los niños que se encuentran hoy en las residencias de Sename predominantemente
no están en situación de abandono. De las cifras que manejo, hay 15.309 de los
cuales sólo 490 ingresaron por esta causa”.
Es un escenario que complica la situación de los niños,
porque significa que, si bien han tenido un inicio difícil en la vida, es un
tercero quien determina si sus padres son suficientemente capaces o no de
criarlos; no han sido cedidos ni abandonados. Esto implica que, por lo general,
existen vínculos ya establecidos que se romperán, con las consecuencias de ello
para el niño y la necesidad de contar con un proceso de reparación que le
permita el establecimiento de vínculos nuevos, estables y seguros. “La
inhabilidad parental es un concepto muy chileno. No existe en el mundo como
existe aquí. Se habla de falta de competencias parentales, pero esto no
determina que los niños deban ser separados de sus padres”, dice Marchant.
Sostiene que el tema genera controversia a nivel profesional, en que se
cuestiona la existencia de un concepto de este tipo, “porque cualquiera sabe
que la parentalidad no es fácil. Ser hábil parentalmente no es una condición
sencilla”, explica.
María Cristina Rivera, trabajadora social y coordinadora
del Hogar Belén de Fundación San José, comparte la opinión de Marchant respecto
del concepto de inhabilidad parental. Sin embargo, agrega que es fundamental no
perder de vista que el objetivo final en todo este proceso es garantizar la
protección y el bienestar del niño, más allá de la complejidad que puedan
presentar estas situaciones en el proceso, de modo de asegurar que el niño
crezca y se desarrolle en un ambiente protector y seguro.
Según aclara, en Fundación San José se insiste en la
relevancia, no sólo de evaluar a las familias biológicas, sino que de mejorar
las estrategias de intervención con este tipo de familias. “Cuando se trata de
asegurar un contexto de protección para el desarrollo de un niño, es difícil
determinar durante cuánto tiempo se puede trabajar a la espera para que la
familia alcance estándares mínimos según las necesidades del niño, más aún
cuando se lo ha debido institucionalizar como una medida extrema de
protección”.
Reparación: un paso
fundamental desde la verdad
Tanto Matías Marchant como María Cristina Rivera
concuerdan que es necesario realizar un trabajo con los niños que enfrentan esta
situación. Es común ver casos de niños de cinco o seis años y que, además,
tienen hermanos, los que son considerados casos difíciles y suelen irse al
extranjero, porque allá muestran mayor disposición para adoptar niños mayores y
grupos de hermanos. “Cuando hay niños grandes es necesario trabajar y dar
sentido al tema de la familia de origen, porque la mayoría de ellos tenía
vínculos. Algunos niños son visitados constantemente por sus papás, quienes son
inhabilitados, generándose un quiebre, y hay que empezar a preparar a ese niño
para ser incorporado a una familia adoptiva, pero él tiene recuerdos de su mamá
de hace seis meses o un año”, explica María Cristina.
A su juicio, es fundamental iniciar ese proceso partiendo
desde la honestidad y considerando que aunque las apariencias engañen, los
niños pueden llegar a tener un panorama mucho más claro, incluso, que los
adultos. “Hay que contarles. Es necesario trabajar desde la verdad con los
niños, explicándoles en algunos casos que no sabemos dónde está su mamá. En los
casos de abandono y con aquellas mamás que sí los visitan, también. Les
explicamos que su mamá ha dejado de venir, que se estaba tratando de trabajar
con ella, o que no se puede, que entendemos que eso afecta su vida, pero que va
a venir otra familia que lo cuidará”. Asegura que lo adecuado es realizar un
acompañamiento terapéutico para cada niño, independientemente si se va a ir en
adopción o no, acompañando y ayudando a ese niño a elaborar su historia. Y
cuando la tiene elaborada, si es el caso, empieza la preparación para la
adopción, en que a los padres adoptivos se les explica toda su situación con la
familia de origen. Y ejemplifica: “Vi una vez el caso de un niño que venía de
otra institución, que decía que estaba en el hogar porque su mamá estaba
trabajando o estaba de vacaciones. En ese lugar, a los niños no se les decía
que ellos estaban en un hogar porque sus papás no los sabían cuidar y que se
estaba trabajando con su familia. Finalmente era más fácil mentirles. ‘Tu mamá
no vino, porque está de vacaciones’ o ‘tu mamá no vino, porque está trabajando’,
les decían las cuidadoras”.
Recuerda a un niño de seis años cuyos padres llegaron de
Perú traficando droga y cuando ingresó al hogar se le explicó que éste iba a
ser su casa un tiempo y, pese a que preguntaba si su mamá lo iba a ir a ver, le
decían que no, porque estaba trabajando, hasta que una psicóloga le explicó lo
que realmente pasaba. “Ella no está trabajando, sino que ha hecho algo que no
se hace y la llevaron a un lugar donde se llevaba a la gente que se porta mal.
Pero no es que ella no quiera estar aquí, es que no puede”. Y el niño de
inmediato le preguntó: “¿Mi mamá está en la cárcel, señorita?”, a lo que ella
respondió que sí. “Ese niño estuvo cinco días pensando que su madre no quería
estar con él, cuando lo que pasaba era que no podía estar con él, porque estaba
presa”, agrega Rivera.
Para Marchant, estos niños han tenido un vínculo y la
historia pasa a ser una variable relevante. “La memoria de un niño es la
memoria de otros. Los adultos somos los encargados de cómo ese niño internaliza
su historia. Depende absolutamente de cómo el adulto la organiza, la procesa y
se la entrega. Pasa por el filtro de los adultos. El niño tiene un nombre,
acontecimientos significativos, fotos”, asegura.
La pregunta, entonces, es cómo iniciar el proceso de
reparación, después que se ha tenido que romper un vínculo tan fundamental.
Para Marchant la reparación comienza en la institución, ya sea en un hogar o en
una familia de acogida. “La reparación empieza con un acto de reconocimiento
respecto de lo que llevó a los niños a ser separados de sus padres. Luego viene
el establecimiento de nuevos vínculos continentes, metabolizantes e
historizantes”, concluye.
Libro de vida como
herramienta
Un instrumento que tiene un rol central en el proceso de
reparación en el niño, es el “Libro de Vida”. Éste es un libro que contiene su
historia y relata su vida, y es construido por el adulto significativo del niño
en el hogar, en consideración de la importancia que tiene la
historia personal en la construcción de su propia identidad.
Rivera rescata el valor y utilidad del Libro de Vida.
“Tiene varias versiones, dependiendo desde donde se mire, la institución o
personas que lo hagan y qué se transmite ahí. Algunos describen situaciones
cotidianas, otros información de su familia de origen y otros lo utilizan casi
como libro de despedida con dedicatorias. El Libro de Vida es una muy buena
herramienta”.
Marchant cuenta que le ha tocado ver en hogares cómo los
niños que están pasando por alguna dificultad, algunos de dos o tres años de
edad, van a la oficina y piden su Libro de Vida. Cuenta que se quedan
observándolo un rato, miran las fotos y eso los calma. “Quizás necesitaban
reconocerse en ese libro, les ayuda a organizar su vivencia y dar sentido a su
ser”.
De acuerdo a Rivera, este libro cumplirá su función,
siempre y cuando se involucre a los padres adoptivos. “Hay que trabajar con la
familia adoptiva la historia de origen de los niños, no sólo para que se la
cuenten, sino para que entiendan al niño que tienen enfrente. Ese niño que está
ahí, no llegó de Paris con una cigüeña. Ese niño nació de una mujer y de un
hombre, probablemente de una relación de amor en ese momento o tal vez de un
abuso, pero nació de alguien y en una determinada circunstancia. De una u otra
manera a ese niño se le va a explicar su historia y sus padres tienen que estar
súper capacitados para poder responder el millón de preguntas que les va a
hacer. Porque no va a preguntar una vez, esa pregunta va a ser constante.
Mientras más edad tiene, más dudas aparecen”.
Padres adoptivos: la
necesidad de una adecuada preparación
Hay que tener claridad que muchas de esas historias de
vida pueden incluir capítulos muy dolorosos, como situaciones de violencia,
abuso o negligencia, por citar sólo algunas. Es por ello que para Matías
Marchant es muy importante que los padres se preparen lo suficiente como para
poder tomar esa historia y abordarla con el mayor tacto y tino posible, con las
palabras adecuadas para la edad y en el momento apropiado. En el caso de un
niño víctima de abuso sexual, por ejemplo, sugiere transmitir claridad y
seguridad. “Esas cosas no corresponden, pero tú estás aquí con nosotros para
que esas cosas no vuelvan a pasar. Tú no tienes ninguna culpa en esto. Alguien
decidió cuidarte y todos decidimos cuidarte”, sostiene. Un caso así, indica, es
sólo un botón de muestra de lo importante que es que los padres adoptivos se
preparen. “Que sepan que existen tres formas de ser susceptible de ser adoptado
y que el trabajo es muchísimo mayor cuando la adopción viene de una inhabilidad
parental, por toda la historia y vínculos que puede haber detrás. Porque si un
niño está en conocimiento de su historia previa, no se va a encontrar con
sorpresas”.
María Cristina Rivera también se refiere a lo fundamental
que resulta la preparación de los padres. “Ellos deben contar con la mayor
información posible respecto de la familia de origen, para saber a qué se van a
enfrentar. Porque esa es una historia que va a aparecer en algún momento. Esos
registros están y puede ser altamente contraproducente tratar de adornar esa
historia si a los 18 años el hijo la va a buscar, se encontrará con algo
totalmente diferente y se va a dar cuenta que no le han dicho la verdad”. Para
ello, la profesional propone conversar con el niño. “Mientras más chicos sepan,
mucho mejor. No se trata de imponer el tema, sino que estar atentos a cuando
las preguntas surjan y que se vaya dando naturalmente”.
Rivera propone incluso un acompañamiento, apoyo o asesoría
a los padres a largo plazo. “Suele suceder que cuando las familias adoptan son
acompañadas un rato y después quedan a la deriva. Hay fundaciones que realizan
un adecuado acompañamiento a los padres, pero no son todas y las consultas
aparecen cuando surgen las preguntas. Lo ideal es acompañar, hacer un seguimiento
cercano a la familia en la medida de lo posible. En algún momento el tema va a
explotar. Y en aquellas historias de origen más duras, creo se debe ir viendo
caso a caso y estar atentos siempre. La adopción es un tema que siempre debe
estar presente, en el lenguaje, en cómo se usa y que sea lo más natural. ‘Cuando
tú llegaste a vivir a esta casa’,
implica decirle de dónde viene y de quién viene. Hay familias que cuentan con
harta información y otras no tanta, pero esa información hay que elaborarla”.
En el proceso de búsqueda de orígenes que inician los
hijos, los padres debieran estar tranquilos de que lo que buscan es información
y no alejarse de su lado. “Siento que si los papás hicieron un buen trabajo, no
debieran dudar respecto de que los hijos quieran irse. Es legítimo querer saber
de dónde uno viene. Si nosotros que somos hijos biológicos le preguntamos a la
mamá, por ejemplo, ‘cómo era cuando nací’ o ‘cuánto pesé’, una y otra vez, es legítimo entonces que ellos también quieran
saber, despejar sus dudas. Hay que partir siempre desde la verdad, la
honestidad y sin miedo. La adopción es una opción y una decisión, pero también
es una oportunidad de amar a otro libremente. Entonces, si uno decide adoptar,
tiene que saber que este niño viene con una historia”.
De acuerdo a Rivera, los recuerdos también se pueden
manejar adecuadamente. “Si es que el niño te da la posibilidad de hablarlo, de
conversarlo; pero tampoco se debe presionar para hacerlo. No se trata de hablar
todo el tiempo con los niños adoptados sobre la adopción, de su historia
previa, de su familia de origen, de su experiencia en la institución o de sus
recuerdos más dolorosos”.
Los niños no sólo hablan de la adopción misma, sino
también del periodo preadoptivo, que implica su historia con su familia de
origen y de su paso por la institución o familia de acogida. Esta distinción es
necesaria, de acuerdo a Rivera, porque “el problema de los niños no es con los
padres adoptivos. Lo que ellos necesitan es resolver la historia anterior; no
sólo necesitan hablar de la adopción y de la nueva familia, sino de la historia
donde se instala el trauma primario de la separación y pérdida”.
Para esto considera que hay momentos. “Y creo que lo más
conveniente es manejarlo de la manera más natural posible, a medida que va
saliendo, porque además, ellos van dando una oportunidad cuando empiezan a
hablarlo. Van a contar sus cosas a la gente en que confían. Si el niño está
contando, es porque confía en ti. Si damos el espacio de confianza genuino,
podrán hablar de todo eso”.
El Libro de Vida
Éste es un libro que contiene el relato de la vida del
niño, utilizando no sólo una narración escrita, sino también imágenes como
dibujos y fotografías, las que tienen como finalidad dar cuerpo a la historia
de vida del niño, que incluye su familia de origen, así como también su paso
por la institución o familia de acogida.
Para muchos profesionales ligados al ámbito de la
adopción, el Libro de Vida no sólo constituye una herramienta necesaria en el
proceso de construcción de identidad de los niños institucionalizados, sino que
es fundamental. Si bien hasta el momento cada institución lo desarrolla de
acuerdo a su propia experiencia, existe consenso en la necesidad de unificar
criterios. Un esfuerzo en esta línea y que ha dado sus primeros frutos a través
de la Fundación San
Carlos de Maipo, es el trabajo de la psicóloga Mariana Córdova, quien realizó
un diagnóstico del registro y sistematización de la historia y experiencias de
vida de los niños durante su permanencia en la institución, y a partir del cual
elaboró un modelo para el Libro de Vida y ofreció una capacitación a los
hogares que los acogen.
Sin duda el esfuerzo en la elaboración de estos registros
se concentra en un trabajo por respetar el derecho a la identidad de los niños
institucionalizados. Esta labor debe ser realizada por un adulto responsable y
significativo para el niño, con la participación de éste y la revisión
periódica por parte del equipo de profesionales del hogar o institución.
De esta manera, el Libro de Vida representa una
herramienta que permite registrar experiencias y acontecimientos significativos
para la constitución de su identidad. Siempre sobre la base de la construcción
de un recorrido de amor y responsabilidad que cuenta sobre situaciones,
momentos y experiencias de especial significado para la vida del niño o la niña
y para las personas que han sido sus principales figuras y testigos.
Cita normas A.P.A.:
Siredey, Verónica
(2013). “La familia biológica en la vida de mi hijo”. Adopción
y Familia, 9, 24-28
URL
Abreviada: http://numrl.com/lfb09
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