29 de agosto de 2013

La familia biológica en la vida de mi hijo


Cuando se adopta a un niño, se inicia una nueva familia con una carga adicional. Aquellos niños que por algún motivo vieron rotos sus vínculos sanguíneos, traen una historia de origen que es necesario asumir y comprender, con todas las dificultades y desafíos que eso significa, pero que realizado apropiadamente permitirá un auténtico proceso de reparación en el hijo.
Establecer que el ejercicio de la parentalidad significa todo un desafío, suena a lugar común que sobreestima la realidad de todos aquellos que forman y encabezan una familia. Esto a simple vista, porque en el caso de las familias adoptivas, detrás de este aparente cliché se encuentra una realidad que si no se aborda y maneja adecuadamente, puede llegar a poner en riesgo incluso el objetivo más preciado: la adopción como proceso reparatorio de toda aquella persona que inició su vida con ese quiebre fundamental, que significa la separación de su familia de origen.
Pero cómo hablar de aquello que tanto duele, cuando hay recuerdos, experiencias traumáticas, vínculos con familiares que de un momento a otro desaparecieron de la vida del niño; cuando lo que siempre procuramos como padres es cuidar, proteger y, en la medida de lo posible, evitar penas y dolores. De acuerdo a algunos especialistas, podrá parecer difícil asumir esta historia de origen e incorporarla a la identidad y la vida del hijo, así como a la nueva familia que se está construyendo, pero no sólo es posible, sino también necesario.
Para Matías Marchant, psicólogo con experiencia como Director Clínico de Casa del Cerro y que actualmente atiende a los niños del hogar Misión de María, es necesario considerar el contexto en que actualmente se realizan las adopciones y cómo ha cambiado la sociedad respecto de este tema en el último tiempo. “Los padres, comparado con 20, 30 ó 40 años atrás, se han abierto a la necesidad de incorporar la historia de origen de sus hijos adoptivos”.
Inhabilidad parental: cuando interviene un tercero
Actualmente en el país, los niños susceptibles de ser adoptados están en esta condición por cesión, abandono o inhabilidad física, mental o moral de sus padres. Esta tercera categoría implica variadas condiciones, como enfermedades mentales, alcoholismo, consumo de drogas, maltrato y distintas circunstancias que expongan al niño a situaciones de vulneración o riesgo.
Según explica Marchant, en 2010 el 84 por ciento de los niños que fueron enlazados con familia adoptiva, se invocó en el proceso la inhabilidad parental como causa única o principal. “Históricamente el abandono era la causal mayoritaria para declarar la susceptibilidad de adopción, en América mayormente por razones culturales y en Europa por situaciones de guerra. Los niños que se encuentran hoy en las residencias de Sename predominantemente no están en situación de abandono. De las cifras que manejo, hay 15.309 de los cuales sólo 490 ingresaron por esta causa”.
Es un escenario que complica la situación de los niños, porque significa que, si bien han tenido un inicio difícil en la vida, es un tercero quien determina si sus padres son suficientemente capaces o no de criarlos; no han sido cedidos ni abandonados. Esto implica que, por lo general, existen vínculos ya establecidos que se romperán, con las consecuencias de ello para el niño y la necesidad de contar con un proceso de reparación que le permita el establecimiento de vínculos nuevos, estables y seguros. “La inhabilidad parental es un concepto muy chileno. No existe en el mundo como existe aquí. Se habla de falta de competencias parentales, pero esto no determina que los niños deban ser separados de sus padres”, dice Marchant. Sostiene que el tema genera controversia a nivel profesional, en que se cuestiona la existencia de un concepto de este tipo, “porque cualquiera sabe que la parentalidad no es fácil. Ser hábil parentalmente no es una condición sencilla”, explica.
María Cristina Rivera, trabajadora social y coordinadora del Hogar Belén de Fundación San José, comparte la opinión de Marchant respecto del concepto de inhabilidad parental. Sin embargo, agrega que es fundamental no perder de vista que el objetivo final en todo este proceso es garantizar la protección y el bienestar del niño, más allá de la complejidad que puedan presentar estas situaciones en el proceso, de modo de asegurar que el niño crezca y se desarrolle en un ambiente protector y seguro.
Según aclara, en Fundación San José se insiste en la relevancia, no sólo de evaluar a las familias biológicas, sino que de mejorar las estrategias de intervención con este tipo de familias. “Cuando se trata de asegurar un contexto de protección para el desarrollo de un niño, es difícil determinar durante cuánto tiempo se puede trabajar a la espera para que la familia alcance estándares mínimos según las necesidades del niño, más aún cuando se lo ha debido institucionalizar como una medida extrema de protección”.
Reparación: un paso fundamental desde la verdad
Tanto Matías Marchant como María Cristina Rivera concuerdan que es necesario realizar un trabajo con los niños que enfrentan esta situación. Es común ver casos de niños de cinco o seis años y que, además, tienen hermanos, los que son considerados casos difíciles y suelen irse al extranjero, porque allá muestran mayor disposición para adoptar niños mayores y grupos de hermanos. “Cuando hay niños grandes es necesario trabajar y dar sentido al tema de la familia de origen, porque la mayoría de ellos tenía vínculos. Algunos niños son visitados constantemente por sus papás, quienes son inhabilitados, generándose un quiebre, y hay que empezar a preparar a ese niño para ser incorporado a una familia adoptiva, pero él tiene recuerdos de su mamá de hace seis meses o un año”, explica María Cristina.
A su juicio, es fundamental iniciar ese proceso partiendo desde la honestidad y considerando que aunque las apariencias engañen, los niños pueden llegar a tener un panorama mucho más claro, incluso, que los adultos. “Hay que contarles. Es necesario trabajar desde la verdad con los niños, explicándoles en algunos casos que no sabemos dónde está su mamá. En los casos de abandono y con aquellas mamás que sí los visitan, también. Les explicamos que su mamá ha dejado de venir, que se estaba tratando de trabajar con ella, o que no se puede, que entendemos que eso afecta su vida, pero que va a venir otra familia que lo cuidará”. Asegura que lo adecuado es realizar un acompañamiento terapéutico para cada niño, independientemente si se va a ir en adopción o no, acompañando y ayudando a ese niño a elaborar su historia. Y cuando la tiene elaborada, si es el caso, empieza la preparación para la adopción, en que a los padres adoptivos se les explica toda su situación con la familia de origen. Y ejemplifica: “Vi una vez el caso de un niño que venía de otra institución, que decía que estaba en el hogar porque su mamá estaba trabajando o estaba de vacaciones. En ese lugar, a los niños no se les decía que ellos estaban en un hogar porque sus papás no los sabían cuidar y que se estaba trabajando con su familia. Finalmente era más fácil mentirles. ‘Tu mamá no vino, porque está de vacaciones’ o ‘tu mamá no vino, porque está trabajando’, les decían las cuidadoras”.
Recuerda a un niño de seis años cuyos padres llegaron de Perú traficando droga y cuando ingresó al hogar se le explicó que éste iba a ser su casa un tiempo y, pese a que preguntaba si su mamá lo iba a ir a ver, le decían que no, porque estaba trabajando, hasta que una psicóloga le explicó lo que realmente pasaba. “Ella no está trabajando, sino que ha hecho algo que no se hace y la llevaron a un lugar donde se llevaba a la gente que se porta mal. Pero no es que ella no quiera estar aquí, es que no puede”. Y el niño de inmediato le preguntó: “¿Mi mamá está en la cárcel, señorita?”, a lo que ella respondió que sí. “Ese niño estuvo cinco días pensando que su madre no quería estar con él, cuando lo que pasaba era que no podía estar con él, porque estaba presa”, agrega Rivera.
Para Marchant, estos niños han tenido un vínculo y la historia pasa a ser una variable relevante. “La memoria de un niño es la memoria de otros. Los adultos somos los encargados de cómo ese niño internaliza su historia. Depende absolutamente de cómo el adulto la organiza, la procesa y se la entrega. Pasa por el filtro de los adultos. El niño tiene un nombre, acontecimientos significativos, fotos”, asegura.
La pregunta, entonces, es cómo iniciar el proceso de reparación, después que se ha tenido que romper un vínculo tan fundamental. Para Marchant la reparación comienza en la institución, ya sea en un hogar o en una familia de acogida. “La reparación empieza con un acto de reconocimiento respecto de lo que llevó a los niños a ser separados de sus padres. Luego viene el establecimiento de nuevos vínculos continentes, metabolizantes e historizantes”, concluye.
Libro de vida como herramienta
Un instrumento que tiene un rol central en el proceso de reparación en el niño, es el “Libro de Vida”. Éste es un libro que contiene su historia y relata su vida, y es construido por el adulto significativo del niño en el hogar, en consideración de la importancia que tiene la historia personal en la construcción de su propia identidad.
Rivera rescata el valor y utilidad del Libro de Vida. “Tiene varias versiones, dependiendo desde donde se mire, la institución o personas que lo hagan y qué se transmite ahí. Algunos describen situaciones cotidianas, otros información de su familia de origen y otros lo utilizan casi como libro de despedida con dedicatorias. El Libro de Vida es una muy buena herramienta”.
Marchant cuenta que le ha tocado ver en hogares cómo los niños que están pasando por alguna dificultad, algunos de dos o tres años de edad, van a la oficina y piden su Libro de Vida. Cuenta que se quedan observándolo un rato, miran las fotos y eso los calma. “Quizás necesitaban reconocerse en ese libro, les ayuda a organizar su vivencia y dar sentido a su ser”.
De acuerdo a Rivera, este libro cumplirá su función, siempre y cuando se involucre a los padres adoptivos. “Hay que trabajar con la familia adoptiva la historia de origen de los niños, no sólo para que se la cuenten, sino para que entiendan al niño que tienen enfrente. Ese niño que está ahí, no llegó de Paris con una cigüeña. Ese niño nació de una mujer y de un hombre, probablemente de una relación de amor en ese momento o tal vez de un abuso, pero nació de alguien y en una determinada circunstancia. De una u otra manera a ese niño se le va a explicar su historia y sus padres tienen que estar súper capacitados para poder responder el millón de preguntas que les va a hacer. Porque no va a preguntar una vez, esa pregunta va a ser constante. Mientras más edad tiene, más dudas aparecen”.
Padres adoptivos: la necesidad de una adecuada preparación
Hay que tener claridad que muchas de esas historias de vida pueden incluir capítulos muy dolorosos, como situaciones de violencia, abuso o negligencia, por citar sólo algunas. Es por ello que para Matías Marchant es muy importante que los padres se preparen lo suficiente como para poder tomar esa historia y abordarla con el mayor tacto y tino posible, con las palabras adecuadas para la edad y en el momento apropiado. En el caso de un niño víctima de abuso sexual, por ejemplo, sugiere transmitir claridad y seguridad. “Esas cosas no corresponden, pero tú estás aquí con nosotros para que esas cosas no vuelvan a pasar. Tú no tienes ninguna culpa en esto. Alguien decidió cuidarte y todos decidimos cuidarte”, sostiene. Un caso así, indica, es sólo un botón de muestra de lo importante que es que los padres adoptivos se preparen. “Que sepan que existen tres formas de ser susceptible de ser adoptado y que el trabajo es muchísimo mayor cuando la adopción viene de una inhabilidad parental, por toda la historia y vínculos que puede haber detrás. Porque si un niño está en conocimiento de su historia previa, no se va a encontrar con sorpresas”.
María Cristina Rivera también se refiere a lo fundamental que resulta la preparación de los padres. “Ellos deben contar con la mayor información posible respecto de la familia de origen, para saber a qué se van a enfrentar. Porque esa es una historia que va a aparecer en algún momento. Esos registros están y puede ser altamente contraproducente tratar de adornar esa historia si a los 18 años el hijo la va a buscar, se encontrará con algo totalmente diferente y se va a dar cuenta que no le han dicho la verdad”. Para ello, la profesional propone conversar con el niño. “Mientras más chicos sepan, mucho mejor. No se trata de imponer el tema, sino que estar atentos a cuando las preguntas surjan y que se vaya dando naturalmente”.
Rivera propone incluso un acompañamiento, apoyo o asesoría a los padres a largo plazo. “Suele suceder que cuando las familias adoptan son acompañadas un rato y después quedan a la deriva. Hay fundaciones que realizan un adecuado acompañamiento a los padres, pero no son todas y las consultas aparecen cuando surgen las preguntas. Lo ideal es acompañar, hacer un seguimiento cercano a la familia en la medida de lo posible. En algún momento el tema va a explotar. Y en aquellas historias de origen más duras, creo se debe ir viendo caso a caso y estar atentos siempre. La adopción es un tema que siempre debe estar presente, en el lenguaje, en cómo se usa y que sea lo más natural. ‘Cuando tú llegaste a vivir a esta casa’, implica decirle de dónde viene y de quién viene. Hay familias que cuentan con harta información y otras no tanta, pero esa información hay que elaborarla”.
En el proceso de búsqueda de orígenes que inician los hijos, los padres debieran estar tranquilos de que lo que buscan es información y no alejarse de su lado. “Siento que si los papás hicieron un buen trabajo, no debieran dudar respecto de que los hijos quieran irse. Es legítimo querer saber de dónde uno viene. Si nosotros que somos hijos biológicos le preguntamos a la mamá, por ejemplo, ‘cómo era cuando nací’ o ‘cuánto pesé’, una y otra vez, es legítimo entonces que ellos también quieran saber, despejar sus dudas. Hay que partir siempre desde la verdad, la honestidad y sin miedo. La adopción es una opción y una decisión, pero también es una oportunidad de amar a otro libremente. Entonces, si uno decide adoptar, tiene que saber que este niño viene con una historia”.
De acuerdo a Rivera, los recuerdos también se pueden manejar adecuadamente. “Si es que el niño te da la posibilidad de hablarlo, de conversarlo; pero tampoco se debe presionar para hacerlo. No se trata de hablar todo el tiempo con los niños adoptados sobre la adopción, de su historia previa, de su familia de origen, de su experiencia en la institución o de sus recuerdos más dolorosos”.
Los niños no sólo hablan de la adopción misma, sino también del periodo preadoptivo, que implica su historia con su familia de origen y de su paso por la institución o familia de acogida. Esta distinción es necesaria, de acuerdo a Rivera, porque “el problema de los niños no es con los padres adoptivos. Lo que ellos necesitan es resolver la historia anterior; no sólo necesitan hablar de la adopción y de la nueva familia, sino de la historia donde se instala el trauma primario de la separación y pérdida”.
Para esto considera que hay momentos. “Y creo que lo más conveniente es manejarlo de la manera más natural posible, a medida que va saliendo, porque además, ellos van dando una oportunidad cuando empiezan a hablarlo. Van a contar sus cosas a la gente en que confían. Si el niño está contando, es porque confía en ti. Si damos el espacio de confianza genuino, podrán hablar de todo eso”.
El Libro de Vida
Éste es un libro que contiene el relato de la vida del niño, utilizando no sólo una narración escrita, sino también imágenes como dibujos y fotografías, las que tienen como finalidad dar cuerpo a la historia de vida del niño, que incluye su familia de origen, así como también su paso por la institución o familia de acogida.
Para muchos profesionales ligados al ámbito de la adopción, el Libro de Vida no sólo constituye una herramienta necesaria en el proceso de construcción de identidad de los niños institucionalizados, sino que es fundamental. Si bien hasta el momento cada institución lo desarrolla de acuerdo a su propia experiencia, existe consenso en la necesidad de unificar criterios. Un esfuerzo en esta línea y que ha dado sus primeros frutos a través de la Fundación San Carlos de Maipo, es el trabajo de la psicóloga Mariana Córdova, quien realizó un diagnóstico del registro y sistematización de la historia y experiencias de vida de los niños durante su permanencia en la institución, y a partir del cual elaboró un modelo para el Libro de Vida y ofreció una capacitación a los hogares que los acogen.
Sin duda el esfuerzo en la elaboración de estos registros se concentra en un trabajo por respetar el derecho a la identidad de los niños institucionalizados. Esta labor debe ser realizada por un adulto responsable y significativo para el niño, con la participación de éste y la revisión periódica por parte del equipo de profesionales del hogar o institución.
De esta manera, el Libro de Vida representa una herramienta que permite registrar experiencias y acontecimientos significativos para la constitución de su identidad. Siempre sobre la base de la construcción de un recorrido de amor y responsabilidad que cuenta sobre situaciones, momentos y experiencias de especial significado para la vida del niño o la niña y para las personas que han sido sus principales figuras y testigos.
Cita normas A.P.A.:
Siredey, Verónica (2013). La familia biológica en la vida de mi hijoAdopción y Familia, 9, 24-28

URL Abreviada: http://numrl.com/lfb09

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