3 de octubre de 2014

Niños bajo Institucionalización o Familia de Acogida

















Pasajeros en Tránsito

Una etapa especialmente particular suele ser para los niños que se van en adopción, el periodo de transición de la familia de origen a la familia adoptiva. Este tiempo está también lleno de vivencias y dolores. Es una parte de la historia de los hijos que los padres adoptivos deben entender y para la cual prepararse, para así poder sentar las bases de una relación familiar saludable.
Clorinda Morales se muere de la risa cuando recuerda la época en que a sus hijos les preguntaban en el colegio porqué tenían tantos hermanos y todos con apellidos distintos. Ella les decía: “Díganles que es porque son todos de diferentes padres”. No era verdad. Esta respuesta definitivamente era para ella una broma, quizás una manera de alivianar una carga que muchas veces no resultaba tan liviana.
La verdad es que esta señora, hoy de 75 años y madre de cuatro hijos biológicos, era guardadora. Y contextualiza, “en esos años a uno le llamaban guardadora, ahora se le llama familia de acogida”. Tantos años en este oficio de acoger y criar, motivada fundamentalmente por un profundo amor a los niños, la convierte en toda una conocedora de esas almas que a tan corta edad y por distintos motivos fueron desvinculados de su familia de origen, y que en la mayoría de los casos, más tarde pudieron integrarse a una nueva familia.
La vinculación asistida
Ese periodo de transición entre una familia y otra, es parte de la historia de los niños en adopción. Una biografía que, en general, por muy dura que haya sido y que suele generar temor, de a poco se ha ido reivindicando y tomando el lugar que le corresponde en la vida que junto a sus nuevas familias van construyendo, como pieza importante en este puzzle que es la formación de su identidad. Para algunos niños esta etapa estuvo marcada por su paso en alguna institución. Para otros, este tiempo no fue de institucionalización, sino el de vivir con una guardadora o familia de acogida. Como haya sido, éste es un momento que puede durar meses o años y siempre estará definido por el trauma de cortar con los vínculos de la familia de origen y la incertidumbre de lo que está por venir.
La señora Morales tiene bien claro en qué estado recibía a los niños en su casa. “Yo me pongo la mano en el corazón y es mucho sufrimiento el que yo recuerdo. Uno ve mucho sufrimiento en estos niños”. Ella recibió desde guaguas hasta niños que iniciaban su edad escolar y, con estos últimos, el dolor era más evidente. “Los niños de cinco, seis o siete años llegaban notoriamente más marcados. Ellos se dan cuenta de la situación que pasaron”.
Soledad Yañez, asistente social del hogar Santa Bernardita de Fundación San José, también da cuenta del daño que esta situación les provoca. Explica que en el caso de la institucionalización, que puede llegar a tener una duración de un año o más, “tiene un impacto en los niños que los padres adoptivos deben entender y para el cual deben prepararse. Ellos deben entender que el periodo de institucionalización es un periodo importante en sus vidas”.
Por esto, en el hogar en que ella trabaja se desempeña en dupla con una psicóloga para llevar a cabo un plan de vinculación asistida, cuyo objetivo es apoyar la adecuada reinserción del niño en la familia adoptiva. Este plan consiste en que los padres conozcan al niño y los niños conozcan a quienes serán sus padres adoptivos, para que ambos se adapten paulatinamente a ritmos y rutinas. Esto se realiza en un periodo de tiempo adecuado a las necesidades de cada caso, que suele ir de 10 a 15 días, en que el matrimonio es acompañado, asistido y guiado por la dupla psicosocial, con actividades que tengan algún sentido de acuerdo a las características particulares del niño, ya sea en aspectos educativos, de estimulación o juego, por ejemplo. Luego empiezan a salir juntos, estos niños no salen mucho y no conocen algunas cosas que para otros resultan cotidianas, como lo es un carro de supermercado o una silla de auto. Y los paseos también incluyen la primera visita a la que será su nueva casa. Ya al octavo o noveno día empiezan a salir solos con el matrimonio que lo adoptará.
De acuerdo a Soledad, este plan de vinculación en términos generales ha tenido buena evaluación, tanto por parte de los padres como de los jueces, “considerando el daño emocional que traen los niños en que las vulneraciones sufridas a tan temprana edad impactan en la forma de relacionarse”. Estamos hablando de niños cuyas edades van desde recién nacidos hasta los cinco años y llegan al hogar por distintas causales: sesiones voluntarias, inhabilidad parental o abandono total. “En el caso del abandono, no han tenido ninguna experiencia de vinculación temprana, a diferencia de aquellos por inhabilidad parental, en que se han mantenido los vínculos hasta el inicio de la susceptibilidad de adopción”, explica.
Un periodo de reparación
La historia de Clorinda Morales como guardadora partió de las ganas de tener más hijos, pese a que ya tenía cuatro hijos biológicos. “Tuve muchas pérdidas, ya no podía tener más niños. Mi marido también se crió en un hogar de colocación familiar. Conversé con él que quería adoptar y fui a Casa Nacional del Niño, hablé con la asistente social, pero me dijo que tenía hijos y me ofreció que me convirtiera en guardadora”.
Insistió e insistió, hasta que recibió al primer niño. Le llegaban de todas las edades y en condiciones de mucha carencia. Al principio no fue fácil: “Recuerdo un niño que llegó de nueve meses y lo tuve alrededor de dos años. Cuando se fue, sufrí mucho. Se fue a Italia. Cuando lo vinieron a buscar, el niño lloraba. Yo lo seguí a la distancia, sin que me vieran. Y yo lloraba y lloraba. Fue tanto que un día la asistente social me dijo que si yo seguía llorando no me iban a entregar más niños. Ahí yo pensé que mejor reaccionaba. Pensé que los niños son prestados y que yo lo que tenía que hacer era sacarlos de ese estado tan malo en que llegaban. Sacarlos adelante”. Clorinda recuerda que muchas veces le entregaron guaguas en estados de desnutrición tan avanzado que en el consultorio le reclamaban que esos niños deberían estar hospitalizados. Pero ella, con mucha paciencia, cariño, comidas especiales y cuidado, lograba que llegaran a su peso. Llegó a tener hasta siete niños en la casa de manera simultánea.
A estas alturas es inevitable preguntarle cómo se las arreglaba. Pero la base de todo parece ser el gran cariño con que siempre llevó a cabo su tarea y que nunca se complicó mayormente. “Mi marido era muy guaguatero y todos cooperábamos. Mis hijos nunca se pusieron celosos. Yo les decía que si había diez personas en la casa y dos marraquetas, ese pan lo teníamos que dividir en diez para que alcanzara para todos. Ellos siempre entendieron y se llevaron bien. A los niños yo los tenía siempre bien arregladitos. Nunca nos faltó y a ellos nunca les faltó nada. Yo tenía familia que siempre me ayudaba. La prima que tejía, por ejemplo. Les compraba ropa usada o en la feria, se las arreglaba, lavaba y se las dejaba impecable. A veces les cosía. Siempre andaban impecables”.
Para Soledad Yañez, justamente los dolores asociados a esta etapa se relacionan con circunstancias que los tocan en sus derechos fundamentales. “Se refieren a la pérdida de la vinculación de su familia de origen. A la vinculación inestable. No poder contar con figuras significativas y permanentes. No ser vistos como sujetos de derecho, sino como objeto. La vulneración en su derecho a la vida, a ser cuidados, que sus progenitores no los respeten ni los visualicen. Porque a veces se piensa que por ser guaguas no necesitan ese periodo de vinculación; pero, por lo demás, es un proceso de aprendizaje tan fundamental y con tantas implicancias”.
La señora Clorinda todavía se acuerda de la conversación que un día escuchó por casualidad, cuando servía la numerosa once que acostumbraba, tanto a los hijos biológicos, como “postizos”, como le llama ella a aquellos niños que le tocó cuidar. Tenía bajo su cuidado a dos hermanos, un niño y una niña que habían sido abandonados por su progenitora en un basural, cuando tenían un año y medio y cuatro años. Ellos, hasta ese momento, nunca se habían referido a esa experiencia. Ya el mayor tenía 7 años y la confianza de poder contarla a sus “hermanos” en la mesa. Sin previo aviso, de pronto empezó a relatar que cuando eran muy chiquititos vivían en una casita de madera muy pobre que tenía unos hoyitos, a través de los cuales podían espiar a sus padres. Entre otras cosas, escucharon que el hombre le preguntaba a la madre que cuándo se iba a deshacer de los niños . Un día ella los sacó de la casa y se los llevó a un basural. Ahí los dejó bajo la advertencia que volvería más tarde a buscarlos. Pero no volvió. Oscureció, empezó a hacer frío, el niño mayor estaba muy preocupado por su hermanita pequeña que estaba muy mojada, con frío y lloraba. Recuerda que caminaron hasta que encontraron una casa y a quienes vivían ahí el niño les explicó que su madre los había dejado en el basural, pero no había vuelto por ellos. “Él siempre se preocupaba mucho de su hermanita, la cuidaba mucho”, dice la señora Clorinda.
La historia se integra
De acuerdo a Soledad Yañez, éstas son heridas “que se reparan, pero que no se tapan. El desafío de las familias adoptivas es a no taparlas, sino a elaborar la historia pasada del niño con miras a construir una historia familiar que a futuro también incorpore esta etapa”. Y hace mención al libro de vida del niño que se prepara en este periodo, que es un registro para el niño que habla de aspectos que le permitirán más adelante completar esa parte de su historia. Este registro habla, por ejemplo de por qué los progenitores no pudieron cuidarlo, por qué llegaron al hogar o residencia, cómo era su vida ahí y en qué momento la adopción pasó a ser su opción de vida familiar. Este libro se le entrega a los papás adoptivos, porque es del niño, y a la vez para que puedan conocerlo mejor y a partir de ahí construir una historia familiar que incorpore esta parte de la vida de su hijo.
Si bien Soledad observa que muchos padres vienen con miedo y pena por lo que le tocó vivir desde tan pequeño, ve que la mayoría entiende que es la historia de su hijo y la asumen. “Hay papás que en esto de incorporar la historia, vuelven al hogar. Algunos vuelven para fechas especiales, como navidad o cumpleaños. Hemos visto gestos muy lindos en los enlaces de los amiguitos, ya que pasan a ser parte de la rutina del hogar”. Es aquí que cobra un especial sentido el trabajo de las cuidadoras. “El reporte de ellas es muy importante. Son quienes finalmente llegan a conocerlos en el detalle del cuidado, como por ejemplo si le gusta dormir con calcetines o si no le gusta el agua tan caliente”, explica Soledad.
La recomendación que Clorinda Morales le da a los padres adoptivos, en tanto, es “recibirlos con mucho amor, con mucha paciencia y cariño. Hay que demostrarles que uno los quiere. Si uno los corrige, hay que decirles que uno lo hace porque los quiere, porque los ama, es lo mejor para ellos y hay que estimularlos mucho. Y luego ellos van a estar listos, porque uno los va a haber preparado”.
Soledad Yáñez ve cómo llegan los padres a este encuentro. “Hay mucha ansiedad, porque algunos padres tienden a sentirse evaluados. Pero no debiera ser así, ellos ya fueron evaluados. Ahora lo que tiene que suceder es que deben sentirse acompañados, porque cuando eso sucede, pierden el miedo a preguntar. También tienen que tener mucha tolerancia y paciencia. No hay que idealizar el momento de conocer a su hijo, porque tal vez será un proceso que costará algunos días más”. Los padres deben mantener la confianza, ya que justamente es la labor de la dupla psicosocial la que está detrás del proceso de vinculación, trabajando para que el proceso se dé de la mejor manera posible.
Y destaca que por eso “no deben sentirse evaluados, porque estamos ahí para acompañarlos, porque los hogares de infancia tienen un impacto en los niños y los padres tienen que hacerse cargo de esto. También es bueno que la familia se mueva con ciertos rangos de flexibilidad. Los primeros días los niños se sobrestimulan mucho y de a poco hay que ir bajando las revoluciones y favoreciendo el proceso de adaptación”.
La señora Clorinda Morales enviudó un par de meses atrás y sus hijos le aconsejan que ya no se dedique al cuidado de los niños, porque ha tenido algunos problemas de salud. Aún tiene en su casa niños bajo su cuidado. Actualmente vive con ella una joven de 17 años que presenta algún grado de discapacidad y otro de 32 años que “todavía está conmigo”, explica. Mientras otro de 33 años se fue hace dos semanas a un departamento, “para experimentar esto de vivir solo”.
Después de todo lo vivido, la señora Morales llega a la conclusión que tiene una familia numerosa, con nietos y bisnietos que llegan hasta su casa para compartir. Así como en algún momento recordó mucho dolor en estos niños, para ella todo lo realizado valió la pena. “Así como vi tanta tristeza, me han dado tanta alegría. Estoy pagada con todo esto, porque hubo mucho cariño. Tuve una Shirley Temple. Era una muñeca. Se fue de dos años y medio. Ella ahora está grande. Mantuvimos contacto un tiempo. Me invitaron a su cumpleaños, pero le decían que yo era la tía. Hay que dar el espacio al otro, porque se van. Son parte de otra vida y hay que pensar que va a ser así”.
Cita normas A.P.A.:
Siredey, Verónica (2014). Pasajeros en Tránsito. Niños bajo Institucionalización o Familia de AcogidaAdopción y Familia, 10, 24-28
URL Abreviada: http://numrl.com/pet10

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