8 de abril de 2009

Columna de Marta Hermosilla, psicóloga especialista en adopción



La espera del hijo adoptivo

Cuando se espera un hijo biológico, es posible estimar con bastante certitud cuándo nacerá, y existe una relación de nueve meses entre la madre y el futuro hijo, consistente en sensaciones, ritmo del corazón, esperanzas, fantasías, deseos, que se comparten a nivel vivencial e inconsciente por parte del futuro hijo. Durante el embarazo se va facilitando el apego, se proyecta el amor a través del pensamiento y del cuerpo y el feto lo recibe, va aprendiendo desde el útero y va sintiendo cómo lo esperan.

    En el caso del hijo adoptado, la espera está cargada de incertidumbre, temores de los que a veces no se habla y apenas puede cada cual admitirlo para sí. Se anhela tanto recibirlo, pero ¿Cómo será, seré capaz de quererlo? ¿Nos querrá a nosotros? ¿Cómo habrá vivido su embarazo? Dificulta la espera el que no se sabe cuándo llegará. También comienzan las dudas sobre su futura llegada, apareciendo una serie de inseguridades que uno no sabía que existían.
    Por eso, la dulce espera de un hijo biológico, se transforma en una espera agridulce, a veces plagada de temores para los postulantes a padres adoptivos.

    Va a haber tanto que hacer, pero el tiempo, mientras no se tiene seguridad de la llegada, cuelga entre los dedos. Todo es para después ¿Cuándo? ¿Quién sabe? Dan ganas de arreglar su pieza, pero ¿será niñita o niñito? Dan ganas de comprar ropita, pero ¿De qué edad nos va a llegar? Todo queda en suspenso. Da miedo hacer cosas, pintar la pieza de amarillo ¿Y si no llega?

    Una forma de ayudarse durante este tiempo es dialogar con el futuro hijo, dondequiera que esté, desearle cosas buenas, decirle que lo querrán. Las buenas vibraciones y buenas intenciones recorren distancias. 

    La adopción es un maravilloso encuentro, en el cual las instituciones y las personas que en ellas trabajan, son meros instrumentos que lo facilitan, pero lo esencial es que los hijos vienen de Dios, sean adoptivos o biológicos, y si se tiene fe y esperanza, el hijo encontrará la manera mágica de llegar a sus padres. 


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