8 de abril de 2009

Familia Cortés-Rodríguez



“Fue como tener un hijo que yo no sabía que tenía”
No estaba en los planes de Soledad adoptar cuando conoció a José Tomás. Con su marido ya tenían tres hijas grandes y el sentimiento de haber cumplido con la etapa de tener hijos. Sin embargo, un inesperado encuentro con un niño de menos de tres años, les cambió la vida.

    José Tomás tenía dos años y diez meses cuando llegó a la vida de María Soledad Rodríguez. Dos meses después entró de lleno en la de Víctor Cortés, y hoy, seis años más tarde, el matrimonio que hasta ese momento ni siquiera se había planteado la posibilidad de tener un cuarto hijo y menos adoptar, no se imagina la vida sin este niño.
    El destino de esta familia tuvo su primer giro inesperado, cuando la hija menor de Soledad la comprometió para acompañarla a una visita de su curso a un hogar de niños. “Le dije que se olvidara, yo tenía que trabajar. ‘Cuando llame la profe le digo que no’, me acuerdo que le dije. Llamó, pero no fui capaz. Tuve que partir. Cuando llegamos allá y nos hicieron pasar, lo primero que veo es a José Tomás sentado en el umbral de la puerta, que me miró para arriba, con sus lentes. Aparte que lo encontré delicioso, me sorprendió su parecido con Ignacia, mi hija menor. Ella, en ese tiempo, también usaba lentes por estrabismo y a José Tomás recién se los habían puesto porque lo habían operado. Estaba muy peinado, a primera hora de la mañana. Lo tomé en brazos y no lo solté más. Pero nunca pensé que estaba para adopción. Es un niñito atípico de adopción, Tomás era distinto, pero lo que más me llamó la atención era que se parecía a mi hija. Conmigo se produjo algo muy especial, sentí algo muy especial por José Tomás”, recuerda Soledad.
    Un sentimiento a esas alturas bastante inesperado, pues el matrimonio ya tenía tres hijas, en ese momento de 9, 14 y 15 años. “No era ninguna complicación hasta ese minuto tener tres mujeres. Y ya habíamos entendido que la tarea estaba terminada. De hecho, las dos mayores son bien seguidas ya Ignacia fue un conchito, también sorpresa. Entonces, nueve años después, menos sentido tenía, desde el punto de vista lógico al menos, pensar en hacer crecer la familia”, explica Víctor.
    Soledad, dices que cuando conociste a José Tomás sentiste algo especial. ¿Qué fue lo que sentiste?
    Cuando llegué de vuelta a mi pega y llamé a mi hermana, le conté que la sensación era la de tener un hijo que yo no sabía que tenía. Así de fuerte. De hecho, pregunté de quién era, si estaba la directora. Pensé que quizás era hijo de alguna de las personas que estaba trabajando ahí.
    ¿Y por qué empezaste a preguntar por él? ¿Con alguna intención especial?
    Porque enganché. Con la intención de saber, porque necesitaba saber por qué estaba Tomás ahí. En realidad fue un cuento muy fuerte. La directora no estaba. Me llevé una tarjeta y la llamé ese mismo día y le pregunté si podía ir a conversar con ella al día siguiente. Partí y aproveché de ver a Tomás. Ella me contó su historia, orígenes, que venía de un embarazo con drogas, con alcohol, aparentemente de una familia que no tenía mayores problemas económicos.
    Tomás nació con problemas neurológicos. El diagnóstico más preciso habla de disfasia y los pronósticos han sido inciertos. Cuando Soledad lo conoció no caminaba, sólo decía “hola” y hasta tenía problemas para masticar. Hoy, y luego de un esfuerzo constante realizado por Víctor y Soledad, quienes lo han mantenido en tratamientos con diversos especialistas, José Tomás no sólo ha mostrado avances inesperados, sino que asiste a un colegio más pequeño, pero de enseñanza regular, incluso con inglés.
    ¿En esa segunda visita, que fue al día siguiente, ya habías pensado en adoptarlo?
    Yo, sí. Tuve la convicción absoluta de que Tomás era mío. No me preguntes por qué, no puedo explicarlo. Y hasta el día de hoy, es la mano de Dios.
    ¿Cuándo se lo dijiste por primera vez a alguien?
    Al principio le dije a la directora ‘no sé qué va a pasar, pero déjame venir a verlo’. Y yo partía todas las mañanas antes de irme a la pega, a verlo. Todos los días. Nunca dejé de ver a Tomás hasta que le conté a Víctor, pero las niñitas ya sabían. El último en enterarse fue Víctor. Fui a buscar a las grandes al colegio para que lo fueran a conocer y me decían ‘¿cómo lo vamos a dejar acá?’. Fue un imán.
    ¿Por cuánto tiempo estuvieron así?
    Durante dos meses, lo visitaba todos los días. Y las niñitas me decían, ‘¿cómo le vamos a decir al papá?’. Ellas también sentían la necesidad, pero no dimensionaban todo lo que implicaba.
    Víctor, ¿cómo te enteraste?
    Como a los dos o tres meses. Un día me despierta la Sole en la noche y me dice que necesita hablar conmigo. Me cuenta. ‘Ningún problema’, le dije yo. Vamos a ver la manera de poder ayudarlo, veamos la forma de poder sustentarlo. Y no terminé de decir eso, cuando me dice que quiere adoptarlo. Hasta ahí llegó la conversación.
    ¿Pero qué le dijiste?
    Soledad: Nada, que me había vuelto loca (se ríe).
    Víctor: Eran las 3 de la madrugada, hasta ahí llegó la conversación. Era una situación que ella la venia madurando, la veía clara, pero era algo extremadamente inesperado para mí, sumado a mi forma de ser bastante pragmática. Creo que si me vuelve a plantear en diez años más una situación tan extrema como esa, probablemente vaya a reaccionar igual. Y no creo que ella haya esperado otra respuesta.
    ¿Eran los pasos que había que dar?
    Soledad: Claro, había que darlos nomás, pero tenía clara la respuesta.
    De ahí en adelante fue abierto el tema de las visitas, pero el matrimonio considera que también su fe jugó un papel relevante. Al día siguiente Víctor le dijo: “Por lo menos lo vamos a poner en oración” y Soledad sintió que le estaba dejando abierta una puerta. Ella no sólo lo siguió visitando, sino que lo empezó a llevar a pasear y para Víctor en ese minuto la postura fue clara: ‘No quiero ir. Ni siquiera lo quiero conocer’, recuerda. Hasta que un día decidió que acompañaría a Soledad y a sus hijas.
    ¿Por qué decidiste ir?
    Yo sentía que para Soledad esto era muy importante. La verdad es que no era consecuente decir ‘no me importa o no me interesa, no estoy ni ahí con tus sentimientos’. Nos juntamos en un centro comercial y lo seguimos visitando y llevándolo a pasear.
    Soledad: Ahí Víctor empezó a acompañarnos. Lo traíamos a la casa. Luego me sugirió conseguir permiso para que se quedara en la casa los fines de semana, para no tener que estar yéndolo a dejar cada viernes, sábado y domingo. Esto no debe ser muy común. La directora consiguió el permiso, pero básicamente yo creo que lo logró porque a Tomás le había ido mal en todo, en sus procesos de adopción, incluso internacional. Y por otro lado, él me esperaba, asomado a la ventana. Ya se había establecido una relación. Tenía muchos rasgos autistas, pero conmigo se conectaba.
    Víctor, ¿cómo fue para ti la primera vez que lo viste?
    Me llamó la atención que era simpático, tiernucho, una característica que tiene hasta el día de hoy. Fue bien cercano. Y ellas también aprovecharon de dejarme a solas con él.
    ¿Fue un trabajo de todas las mujeres de la casa?
    Víctor: Fue una buena oportunidad, en términos de que me obligaron a relacionarme con él. Una relación que tampoco tuvo ninguna complicación.
    Soledad: Porque aparte que nunca Víctor se sintió obligado a que esto terminara en adopción.
    Víctor: Claro, también a estas alturas del partido, lo habíamos puesto en oración y estábamos con las puertas abiertas. Veíamos la adopción como una posibilidad muy lejana. Pero sí creo que fue sincero, puesto que dijimos: ‘si las cosas se dan, bien’. No íbamos a hacer este proceso para luego echar pie atrás, tuvimos la convicción de llegar hasta el final.
    ¿Pero eso qué significa, Víctor, que estabas convencido de adoptar?
    No. Pedimos consejos y todos fueron negativos, que no nos embarcáramos, pero por razones bastante lógicas. Se veía como una aventura que tenía muchos riesgos, desde romper lo que ya existía, que era una familia, hasta que Tomás saliera perjudicado de alguna forma, ya que eran muchas cosas las que confabulaban en contra, como sus problemas de salud.
    Cuando José Tomás estaba en el hogar ¿No tenía buenos pronósticos en términos médicos?
    Víctor: Había una incertidumbre, en cualquier escenario podría haber sido complicado. El mejor era pensar que pudiera llegar a ser una persona que tuviera las mismas oportunidades que alguien que no hubiese nacido con toda esa cantidad de problemas, pero a un alto costo, en todo sentido. No sólo económico, sino de tiempo, paciencia, dedicación. Y estos años no han estado exentos de complicaciones.
    Soledad: Pero nunca lo hemos sentido como una carga.
    Víctor: No, nunca. Y menos cuestionar la decisión de adoptarlo.
    Víctor: ¿En qué minuto vino ese “click” para la adopción?
    Fue en el minuto en que le dije a la Sole ‘Pongámoslo en las manos de Dios’. Fue una decisión que se tomó.
    Pero incluso los consejos que recibieron apuntaban a no adoptar ¿No es así?
    Eran una referencia. Puertas para salirse hubo siempre. Era fácil. Y eran consejos de personas muy confiables, respetables y que valorábamos. Pero seguimos un camino que era lento. Mientras marchaba el proceso legal, pasaban todas estas cosas, que el consejo aquí, que llevarlo al doctor, pero básicamente era información que íbamos acumulando. Sin embargo, el proceso siguió.
    Cuando íbamos a las entrevistas nunca nos preparamos y siempre fuimos muy sinceros. En más de alguna oportunidad quizás fui extremadamente sincero. Fue una postulación, y por eso te digo que lo dejamos en las manos de Dios.
    ¿Ni siquiera por un minuto han pensado que fue una decisión equivocada?
    Víctor: No, por el contrario. Siempre lo hemos pensado al revés. Que fue una bendición para la familia. Nunca ha sido cuestionado, por nadie.
    Se piensa que a veces las personas adoptan por altruismo ¿Se los han dicho alguna vez?
    Soledad: Mucho, ‘qué bonita la obra que están haciendo’ (ríe). ¡Qué obra, si Tomás es mi hijo!

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