9 de agosto de 2010

Paulo Ramírez, periodista


El secreto

Aprendemos demasiado tarde en la vida que lo que no se dice es más poderoso que lo que se dice. Los secretos que se cultivan durante una existencia entera tienen un poder de modelación y de transformación mucho mayor que cualquier discurso, que cualquier argumento, que cualquier sentencia, que cualquier verdad conocida desde el primer instante.
    En “La mancha humana”, Philip Roth nos presenta a Coleman Silk, un académico recién enviudado y recién caído en desgracia por una escalada histérica de corrección política en su universidad, que ha comenzado una escandalosa relación con una aseadora abusada por su marido. Pero lo fundamental es lo que Silk ha llevado dentro suyo durante toda su vida adulta: es un hombre de raza negra que ha logrado no sólo pasar por blanco, gracias a una palidez surgida de algún azar genético, sino por judío, y obtener así posición, familia y cierta comodidad burguesa que sólo al final de sus días se le hace irresistible. El secreto se ha convertido en su mancha, en una impureza vital que en definitiva transforma en una falsedad cada capítulo de su propia historia.
    En su cuento “El rostro borrado”, Guillermo Arriaga (autor junto a Alejandro González Iñárritu de las películas “Amores Perros”, “21 Gramos” y “Babel”) relata la historia de Rodrigo, un niño que a la edad de seis años pierde a su hermana menor, Laura. Tras la muerte de la niña, los padres borran todos y cada uno de sus vestigios: no queda en la casa ningún objeto que la recuerde. A la niña tampoco se la nombra. Un buen día, buscando una moneda extraviada entre los cojines de un sofá, Rodrigo encuentra la cabeza de una pequeña muñeca de su hermana muerta. La guarda como un tesoro, y de a poco, explorando como un verdadero arqueólogo, va consiguiendo otros recuerdos que le ayudan a mantener presente lo que sus padres intentaron ocultar.
    En la construcción de las vidas humanas y de las relaciones familiares no hay manera de establecer de una vez y para siempre si lo que debe imponerse es la verdad expresada en toda su crudeza o esa forma delicada de mentira que es el secreto, esa manera tan natural de ocultar con un velo de imaginaria inmunidad y buena intención lo que nos puede herir o dejar de convenir.
    Por estos días se impone la verdad a toda costa: en la política, en los medios de comunicación, en las relaciones interpersonales, para qué decir en las instituciones, como es el caso de la Iglesia Católica. Es cierto, la verdad libera y en muchos de estos casos es sobre todo un deber cívico y un acto de justicia.
    ¿Pero qué pasa dentro de nuestras casas? ¿A cuánta verdad estamos obligados? ¿Cuánto error o cuánto pecado hay en los pequeños o grandes secretos que decidimos mantener? ¿Cuánto daño hacemos a nuestros hijos, a nuestra mujer, a nuestros padres, hermanos o amigos reservándonos lo más doloroso, lo más íntimo, lo que de ser revelado nos dejaría insoportablemente desnudos?
    La transparencia total es una de las tantas absurdas ilusiones con que tendemos a simplificar la vida en sociedad. Más aún la vida en familia, incluso en pareja. Buena parte de nuestra existencia transcurre en algún tipo mayor o menor, significativo o intrascendente, de secreto. Aceptar esa realidad es, paradojalmente, un signo de confianza hacia el otro: reconocer el derecho al silencio del otro es, en el fondo, un acto de fe. A partir de ahí toma mucho más valor lo que sí se dice, lo que sí se comparte.
    En ese panorama, la revelación de las grandes verdades de la propia vida toma un carácter transformador. Nadie mantiene en secreto lo que no importa (sólo los preadolescentes en sus primeros aprontes sociales, que definen el nivel de sus amistades en torno a los secretos compartidos). Se esconde la verdad cuando la consideramos fundamental. Pero con el paso del tiempo el secreto va formando una especie de costra protectora, pero hecha de materia innoble, a veces hasta enferma, como si fuera un horrible capullo en el que crece un monstruo del que quisiéramos escapar y no sabemos cómo.
    Y aprendemos demasiado tarde que lo esencial está escondido en alguna parte remota de nuestros más profundos silencios.

    Cita normas A.P.A.:
    Ramírez, Paulo (2010).El secretoAdopción y Familia, 4, 12.

    URL Abreviada: http://numrl.com/cpr04

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