13 de agosto de 2011

Blanco por dentro, amarillo por fuera


Desarrollo de la identidad en adopciones interraciales
 Isabel Azcona
Trabajadora social en apoyo a familias adoptivas.
Española y madre a través de la biología y la adopción,
siendo dos de sus hijas de origen chino.

 Formar una familia por medio de la adopción de un niño o niña procedente de una cultura distinta a la de los padres adoptivos implica un desafío particular, ya que añade a la dificultad de criar y educar a un hijo o hija adoptados (no por la adopción en sí misma, sino por el abandono y las experiencias previas que conlleva), la de favorecer en ellos la construcción de una identidad étnica positiva que integre los sentimientos de pertenencia a los lugares de origen y de acogida. La Convención sobre los Derechos del Niño, en su artículo 20.3 reconoce la importancia de sus experiencias anteriores a la adopción y “la conveniencia de que haya continuidad en la educación del niño y a su origen étnico, religioso, cultural y lingüístico”.
    Se trata, en definitiva, de encontrar el equilibrio entre, por un lado, la vinculación con la nueva familia y la inclusión en el entorno social de acogida que supone para el niño adoptado reconocerse parte de ellos, identificarse con sus valores, creencias y actitudes y, por otro lado, respetar, reconocer y expresar las diferencias que su origen nos exige.
    Pero ¿qué podemos hacer los padres y madres adoptivos para ayudar a nuestros hijos e hijas a desarrollar una identidad étnica y cultural positiva?
    Analizar las propias actitudes y prejuicios
    Antes de tomar la decisión de llevar a cabo un proceso de adopción interracial es importante conocer sus especificidades y analizar nuestras propias actitudes y prejuicios en relación con las diferencias étnicas, porque serán las que transmitamos a nuestros futuros hijos e hijas y la materia prima con la que construirán su identidad y autoestima.
    Por otro lado, adoptar a un niño o a una niña diferente implica una evidente pérdida de intimidad para toda la familia, que se convierte en blanco de miradas y comentarios indiscretos. En definitiva, hay que estar preparados para convertirse en una familia diferente.
    Favorecer el sentimiento de pertenencia adoptiva
    Aunque provengan de lugares lejanos, los niños y niñas adoptados van a crecer en el nuevo entorno social y cultural, por lo que el primer objetivo es la inclusión en la familia y la comunidad de acogida.
    En el caso de mi familia, integrarse en Pamplona (Navarra, España), donde vivimos, supone hablar español y, si puede ser, euskera. Los niños intercambian cromos de los jugadores de fútbol del equipo local, Osasuna, y esperan en estas fechas las fiestas de San Fermín para ponerse un pañuelo rojo al cuello y correr delante de toros de juguete. Aunque quisiéramos, no podríamos hablar a nuestras hijas, de origen chino, en mandarín y nos consideramos ignorantes en temas de cultura asiática, aunque nos hayamos esforzado en conocer en lo posible su lugar de procedencia, así que mis hijas se han convertido en pamplonicas nacidas en China.
    Uno de los temas polémicos en relación con la identidad de los niños y niñas adoptados, es el mantener o no el nombre con el que llegan a la familia adoptiva. Nos llevaría un artículo entero el debate, pero en mi opinión, que los padres y madres elijamos un nombre para nuestros hijos e hijas adoptados manteniendo, además, el que ya tenían, favorece el sentido de pertenencia y su integración social a la vez que respeta y conserva la propia identidad asociada al nombre. Es una forma de favorecer ese equilibrio del que hablaba al principio entre el origen y la crianza que, a la postre, constituirá su verdadera identidad.
    En casa utilizamos habitualmente el primer nombre de mis hijas, ambos topónimos locales, apenas conocidos fuera de nuestra provincia pero muy usados aquí. Además, con frecuencia, las llamamos por su nombre chino o lo hacemos por ambos porque los dos son parte de ellas y, para nosotros, es una forma de recordarles quienes son y de dónde vienen.
    Otro aspecto importante son las motivaciones para la adopción y las expectativas en relación al nuevo hijo o hija, que juegan un papel fundamental en nuestras actitudes como padres y madres. Aunque parezca paradójico, la aceptación incondicional de lo que es, de su historia y su origen, favorecerá enormemente su sentido de pertenencia y su identificación con la familia y con el entorno social.
    Por último, fomentar el sentimiento de pertenencia supone recalcar aquello que tenemos en común, nuestros parecidos y semejanzas. Además de aprovechar los detalles cotidianos para hacerlo. En nuestra familia utilizamos un juego que llamamos “Que se abracen”. Consiste en que, alternativamente, cada miembro ordena quién debe abrazarse indicando una característica física, un rasgo del carácter, una afición, etc y quienes se sientan identificados se abrazan abalanzándose unos sobre otros en el sofá. Así, se abrazan, por ejemplo, quienes tienen el pelo liso o los ojos azules, las chicas, quienes nacieron en China, los que son adoptados, los que son guapos, etc. El juego nos permite (además de abrazarnos y besarnos, algo muy recomendable siempre, pero más, si cabe, con niños y niñas adoptados) darnos cuenta de que todos nos parecemos en algunas cosas y nos diferenciamos en otras.
    Afrontar los estereotipos sociales
    Las familias interétnicas desarrollamos una “ceguera a los rasgos diferentes”, que nos hace no ver el color de la piel, los ojos almendrados o el pelo extremadamente liso o rizado de nuestros hijos e hijas. Sin embargo, en muchas ocasiones, la sociedad es lo único que ve, asociando a ello una completa lista de estereotipos. Esto nos obliga a las familias adoptivas a disponernos a hacerles frente y preparar a nuestros hijos e hijas para que no les dificulte la integración de su procedencia y su crianza.
    Una de las estrategias más básicas y necesarias es favorecer la comunicación sobre temas relacionados con la diferencia y la discriminación sin esperar a que los niños y niñas pregunten, pues habitualmente, cuando lo hacen por primera vez, es porque ya lo han sufrido en carne propia o ajena. Para ello, puede servir de excusa un cuento, una película, una noticia, un comentario oído en el colegio o en la calle, etc.
    Una vez más nuestra actitud como padres y madres resulta fundamental y, si reaccionamos con contundencia ante situaciones de discriminación, impliquen o no directamente a nuestra familia, estamos dejando claro que no toleramos la exclusión y que el problema no es de quien es diferente sino del que no acepta la diferencia.
    Desarrollar la autoestima
    Es habitual, que los niños y niñas adoptados de otras etnias tengan mayores dificultades que el resto de niños y niñas para el desarrollo de su autoestima, por lo que es importante que los padres y madres conozcan esta circunstancia y puedan ofrecerles:
    ·  Aceptación incondicional de su persona y de su origen (etnia, cultura, país, historia, etc).
    ·  Una imagen positiva de sí mismos, ajustada a la realidad.
    ·  Atención, escucha, reconocimiento y valoración de los pequeños éxitos que les haga sentirse importantes.
    ·  Experiencias que les permitan desarrollar capacidades y habilidades físicas, intelectuales y sociales.
    ·  Oportunidades para expresar sus vivencias, pensamientos y sentimientos.
    ·  Autonomía para resolver situaciones desarrollando sus propios recursos y habilidades.
    ·  Corrección de sus actos (lo que hace o cómo lo hace) sin poner en cuestión su persona (lo que es o cómo es).
    Valorar la diversidad en nuestra vida cotidiana
    Sentirse diferente puede ser motivo de sufrimiento para los niños y niñas, por eso es importante ofrecerles experiencias positivas en relación, no sólo con la diversidad étnica y cultural, sino también con diferencias religiosas, políticas, físicas, psíquicas, etc.
    En este sentido la escuela desempeña un papel crucial, porque es el lugar de socialización de los niños y niñas. Es por eso que la diversidad de alumnos y profesores, así como la promoción de valores de igualdad y respeto mutuo, la prevención de situaciones de discriminación y el trabajo conjunto con los padres y madres, debe ser determinante en la elección del centro escolar.
    Educar en el respeto y cariño por su origen
    No se ama aquello que no se conoce, por lo que, desde el inicio de la convivencia, es importante ofrecer a los niños y niñas información sobre su cultura de procedencia, de forma agradable, adaptada a su edad y recalcando los aspectos positivos. Se trata de fomentar el interés por su origen y de que sepan que éste es respetado y valorado por nosotros.
    Hay muchas formas de hacerlo. En nuestro caso, un farolillo chino decora la estantería junto a una figura de San Fermín, patrón de la comunidad en la que vivimos; fotos de la Gran Muralla comparten marco con otras de nuestra ciudad y se intercalan libros de paisajes de China con otros sobre geografía de Navarra. Con la gastronomía lo tenemos fácil, así que celebramos algunas de las fechas señaladas para la familia (sobre todo los aniversarios de nuestros encuentros con ellas) en restaurantes chinos. Actualmente existen libros y películas que acercan a los niños y niñas a sus países de nacimiento, música, noticias, información en internet, incluso muñecas con rasgos similares a los suyos, podemos relacionarnos con personas de su misma procedencia y participar en celebraciones organizadas por asociaciones de inmigrantes.
    La escuela también debe ser escenario para la construcción de la identidad étnica, así que se puede aprovechar el aula para exponer un trabajo sobre algún aspecto de la cultura de nacimiento, que favorezca su conocimiento y refuerce lo positivo del origen ante los compañeros y compañeras.
    Se trata de detalles que aparecen de vez en cuando en nuestra vida cotidiana, sin excederse ni forzar, como una oportunidad de aprender juntos y tener experiencias positivas en relación con su origen, que no supongan una carga que pueda acarrear frustración o rechazo por parte de los niños y niñas.
    En resumen, apoyar la construcción de una identidad étnica positiva en nuestros hijos e hijas adoptados exige a los padres y madres, en primer lugar, el análisis y la reflexión sobre las propias actitudes, habilidades y capacidades para hacerlo y, en segundo lugar, poner en juego todos esos recursos para promover la vinculación e inclusión con la familia y el entorno, respetando y valorando las diferencias.

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