13 de agosto de 2011

Marta Hermosilla, psicóloga

Un desafío no menor

En general en nuestro país, los matrimonios desean adoptar niños pequeños lo más cerca de su nacimiento posible, y ello es comprensible, pues el niño ha tenido, desde su llegada a la vida, menos tiempo de abandono. Es posible educarlo como cada cual cree es lo que debe hacerse, por lo tanto, es más de uno mismo. Si, además, el niño es parecido a alguno de los padres, la ilusión es mayor. Uno como padre o madre adoptivo se siente bien cuando le dicen: “¡Cómo se parece a ti!”. Emociona.
    Un niño “mayor” es primero un niño y después es un “menor”. Pero en adopción se habla de “niño mayor” cuando el pequeño ha dejado de ser lactante, o sea, tiene más de dos años. Este tipo de adopciones comienza lentamente a crecer en nuestro país, haciéndose evidente la necesidad de atender a nuevas exigencias y demandas en la familia.
    Cada ser humano tiene una historia, que cubre desde que nació a cualquier momento de la vida, y una “prehistoria” (término acuñado por la psicoanalista argentina Eva Giberti), desde que fue concebido hasta que nació. Lo sucedido en ambas “eras” es de importancia para su desarrollo futuro. Los abandonos en cualquiera de esas etapas o en ambas, van a ser una herida que sólo una aceptación total en el amor va a ayudar a reparar.
     Podemos imaginar que el niño, en forma inconsciente, va desarrollando un razonamiento de autodevaluación, responsabilizándose de sus diversas experiencias de abandono, y que genera conductas provocativas, negativas, difíciles de manejar para los padres adoptivos.
    Pese a ello, es posible llevar a buen puerto un desafío de esta índole. En una publicación hecha en Estados Unidos, se mostraron los resultados de un estudio sobre las diferentes etapas que viven los niños en sus familias adoptivas.
    La primera etapa es el período de luna de miel. Esta no se presenta en todos los casos y corresponde a un corto período que dura mientras los posibles padres conocen, visitan y pasean con el niño. Durante este lapso el niño está ansioso por complacerlos y se comporta como cree que se espera de él. La dinámica subyacente a este período es que la ansiedad del niño es tan intensa, que tiene que negarla.
    Rápidamente, al irse el niño a vivir con su nueva familia con miras a ser adoptado, la ansiedad contenida emerge y con ello termina la fase inicial y comienza la segunda etapa, el período de prueba, o de "acting-out", que corresponde a una necesidad inconsciente del niño de comprobar la hipótesis de su "no valer".
    Ésta es una etapa larga y muy difícil para los padres adoptivos. Aquí ocurren los más graves problemas de conducta de los niños, que entran en una verdadera escalada de agresividad y destructividad. Es importante que los nuevos padres sepan que el niño requiere sentir repetidamente que es aceptado, para poder permitirse creerlo.
    Finalmente, si los padres han tenido la comprensión y las conductas adecuadas para aceptar al hijo, pese a su comportamiento, llega la etapa de incorporación. Cuando el niño entra a esta etapa, comienza a abrirse a su nueva realidad, a aceptar que estas personas pueden quererlo. Los progresos se dan inicialmente en pequeñas circunstancias, mezclados con períodos de regresión, antes de la siguiente demostración de apego. Esta regresión a niveles evolutivos previos es el "mecanismo que permite encontrar la nutrición que no tuvo en sus primeros años". El revivir estas etapas hace posible que el niño ingrese al nuevo sistema familiar.
    Cuando un niño es adoptado adquiere una nueva familia, pero pierde los anteriores objetos de su afecto, por parciales que hayan sido. Pierde, además, un ambiente conocido y al cual está acostumbrado, donde su forma de expresarse es la misma que la de los demás y donde sabe lo que de él se espera. Se puede considerar que el niño al dejar su vida anterior, por carente y deficitaria que haya sido, vivencia un duelo, aunque gane nuevos afectos y un nuevo ambiente.
    El que los padres sepan anticiparse y  reconocer cada etapa que vive su hijo y puedan actuar en la forma más adecuada para las situaciones que cada etapa genera, ha sido en la experiencia de la institución que realizó el estudio, un factor decisivo para el éxito de las adopciones.
    Se dice que el saber lo que viene es tener ya la mitad de la solución. La otra mitad la da el humor, la capacidad de entrega y la paciencia.
    Un desafío no menor para que la adopción de niños mayores pueda permitirle a aquellos que han vivido abandonos, a ser por fin niños, poder reír, poder amar y ser amados.

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