Hijo mapuche:
al rescate de sus raíces
En
esta conversación el matrimonio Velásquez Rojas nos abrió la puerta de su casa
y nos contó su historia, marcada por el fallecimiento de dos hijos pequeños y
la alegría de ver crecer a los tres niños que hoy conforman su núcleo familiar,
que los llena de satisfacción y orgullo. Uno de ellos, de origen mapuche, les
impuso un desafío adicional: rescatar sus raíces con respeto y naturalidad.
Para
Marco y Mirna, las casualidades no existen; así como tampoco la fatalidad. Nos abren
las puertas de su casa la noche del 12 de octubre, con una sonrisa de oreja a
oreja y amabilidad a prueba de todo cansancio, pese a ser el final de una larga
jornada. De manera muy generosa, comienzan a contar su historia familiar, la
que empezaron a construir hace más de veinte años -como todas las parejas- con
toda la ilusión y esperanzas de lo que está por venir. Las vueltas de la vida
los tienen como padres felices y orgullosos de una hija biológica y dos niños adoptados,
uno de ellos mapuche. Agustín, de 15 años, comenta al final del encuentro que a
esas alturas del día, ya son varios los saludos recibidos en su facebook, por
el día de la raza.
Marco
viene de una familia numerosa, pero dado que Mirna es hija única, siempre quiso
tener varios hijos. Alejandra fue la primera, pero a los siete meses de haber
nacido falleció, en ese momento pensaron que había sido el azar. Natalia, hoy de
22 años y estudiante de Derecho en la Universidad Católica ,
vino después. Sin embargo fue Ignacio, el tercer hijo que nació y falleció a
los nueve meses de edad, el que les entregó las primeras claves de estas
vueltas del destino.
Apenas
Ignacio nació, recuerda Marco, los médicos se dieron cuenta que algo no andaba
bien. “El primer día de haber nacido, empezaron a investigar. Se demoraron
cinco meses y llegaron a un diagnóstico que no era concluyente. Venía con una
enfermedad”.
Esta
incertidumbre los llevó a viajar a La
Joya , Estados Unidos, pese a todos los costos que ello
implicaba. Les habían dicho que allí se encontraban los mejores especialistas
para Ignacio. Estaban decididos a mover cielo, mar y tierra si era necesario,
con tal de salvar a su hijo. El diagnóstico fue rápido y concluyente, Ignacio
tenía la enfermedad de Gaucher; un trastorno hereditario que afecta a aproximadamente uno
por cada 50 mil a 100 mil personas, en la población general. Es un trastorno genético poco común, en el cual los
afectados carecen de una enzima llamada glucocerebrosidasa. En algunas
personas, esta enfermedad se puede gatillar durante la lactancia con un
compromiso neurológico grave y un pronóstico mortal, llevando a una muerte
rápida y temprana.
Fue en la
Joya que el matrimonio se dio cuenta que la muerte de su hijo
mayor no había sido producto de la mala suerte, sino de esta enfermedad.
Con Ignacio de cinco meses en brazos y este
diagnóstico devastador, se encontraron en medio de un hospital en Estados
Unidos, con una pena que nunca imaginaron fueran capaces de sentir. “Nos dijeron
que lo mejor era intentar disfrutar a Ignacio el tiempo que quedaba, ya que no
le daban más que tres meses de vida”. Sin embargo, un médico mexicano, parte
del equipo que los había atendido, quiso ayudarlos de alguna manera y les contó
que en ese mismo recinto estaba hospitalizada la Madre Teresa de
Calcuta. Realizó algunas gestiones y, gracias a eso, ellos pudieron conocerla.
“Fue Dios que bajó a consolarnos. Recuerdo haber
estado allí, con ese dolor enorme y en medio de todo eso, entramos a verla. Me
acuerdo muy claro haberle tomado la mano, haberla sentido tan frágil y con
tanta fuerza a la vez. Era puro hueso y piel. Fue un regalo maravilloso que
quedó en nuestra memoria y marcó un antes y un después. Fue un cambio tan
importante que te diría que nos permitió orientar toda nuestra vida”, recuerda
Marco.
Mirna agrega que transcurrieron dos o tres años y
ella seguía con la inquietud de tener varios hijos. La idea de formar familia a
través de la adopción había empezado a germinar y tomar forma, cuando ocurrió
otro hecho que para ella tampoco fue fortuito. “Cuando iniciamos los trámites,
después de haber decidido no tener más hijos biológicos, quedé nuevamente
embarazada. Decidimos tomar coraje, un nuevo hijo era algo súper querido y
deseado, pero en ese lapso decidimos parar los papeleos de adopción. Sin
embargo, me acuerdo clarísimo, que un día sábado sufrí una pérdida y el lunes
me estaban llamando de la
Fundación para saber qué estaba pasando con unos documentos
que faltaban. ¡Pero cómo, si se suponía que habíamos parado los trámites!”. En
ese minuto Mirna se dio cuenta que por algún motivo el proceso no se había
detenido y que, inexplicablemente, la adopción seguía en curso y con resultados
positivos.
Tiempo después Agustín llegó a la vida de esta
familia. Se arregló el encuentro y ansiosos partieron con Natalia a conocer al
nuevo hermano. “Vimos llegar a Agustín muerto de la risa, tenía dos meses y 20
días de vida”, recuerdan con una chochera evidente. Ahí, al verlo feliz de la
vida, con un chupete que decía Agustín, sintieron que las piezas de este puzzle
caían en el lugar correcto.
Al darles la noticia, recuerda Mirna, en la Fundación también le
dijeron que había un antecedente sobre el cual debían advertirles. Ese detalle
era el origen del niño: “Es mapuche”, le dijeron. “Hablé en ese minuto con
Marco, porque aunque a mí no me importara, tenía que contarle lo que me habían
informado”, continúa. Al escuchar esto, Marco agrega entre sorprendido y
relajado: “¿Eso te dijeron? Ni me acordaba… es sólo un dato”.
Para este matrimonio, que su hijo fuera mapuche no
fue algo que buscaron, pero en algún minuto se convirtió en un factor
importante en sus vidas. Decidieron tomar una actitud proactiva y no sólo
integrar este antecedente a la familia, como parte de la identidad y origen de
Agustín que los llena de orgullo, sino también incorporarlo a su vida de una
manera natural, lo que fueron improvisando en el camino.
A Marco se le dibuja una sonrisa cuando se
recuerda cómo se originó este proceso. “Agustín era muy chiquitito, tenía como
un año y fuimos al museo colonial. Nos encontramos con una maqueta muy grande y
linda de la llegada de los españoles y su encuentro con los indígenas. Y se me
ocurrió preguntarle que cuál de los personajes le gustaba más, que cuál sería
él. Entonces él va y elige… a los españoles!”. La reacción de Marco fue de
corazón e inmediata: “Pensé, aquí tenemos un problema. Agustín no puede
desconocer sus raíces. Debe ser tremendo para alguien crecer desconociendo sus
raíces. Hay que trabajarlo”.
Es así como no es de extrañar entonces que en el
jardín de la casa de esta familia un bonito Canelo tenga su lugar y que cada 24
de junio se celebre el Wetripantu, año nuevo mapuche, o aún conserven algunos
juguetes mapuche de cuando Agustín era más chico. Todo esto son elementos que
van más allá de lo cosmético y han permitido revalorizar, rescatar e incorporar
el origen de Agustín. Consideran que sus raíces han encontrado suelo fértil en
la identidad de este niño con naturalidad, respeto y orgullo. Aseguran además,
que su sangre moldea su personalidad con características que no hacen más que
confirmar su origen.
A juicio de Marco, “lo emocional está hecho.
Agustín es ahora todo un adolescente. Verlo en su proceso es algo que me
impresiona mucho. Veo que hay elementos que definen su forma de ser. No es
conflictivo, es muy respetuoso consigo mismo y con los demás. En el colegio
destacan que es un aporte para el entorno, lo encuentran un líder positivo, lo
quieren mucho. Tiene un gran aguante en lo físico y en lo sicológico. Esto es
muy fuerte, de verdad es muy potente. Y aunque es muy respetuoso, le cuesta
doblegarse”. Mirna se ríe cuando escucha la descripción de su hijo y no sólo
concuerda, sino que aporta con un detalle cotidiano. “¡Es tan distinto a su
hermano! Me acuerdo que cuando era más chico y yo lo mandaba a la pieza porque
se portaba mal. Él, muy orgulloso y enojado, no salía, porque estaba castigado.
A veces lo llamábamos y le decíamos que saliera de la pieza y él no lo hacía, no, porque estoy castigado, nos
respondía. En cambio, la misma situación con su hermano era absolutamente
diferente: él, al ratito estaba haciendo mérito para que lo disculpáramos”.
Estas características de su personalidad quedaron
aún más de manifiesto cuando, el año pasado, se vio enfrentado a una situación
de bullying en su antiguo colegio y que lo mantuvo por las cuerdas por
alrededor de un año. “Había un niño que lo empezó a molestar y como Agustín se
aguanta mucho, empezó a acumular, pese a que le advirtió que lo dejara
tranquilo. El niño siguió, creo que el colegio lamentablemente no manejó bien
esta situación y bueno, terminó mal”, explica Marco. Ese final que incluyó
golpes, finalmente determinó que Agustín fuera cambiado de colegio. A pesar que
fue un episodio amargo para la familia, hoy están contentos con la decisión.
Fanático del fútbol, a la hora de las
definiciones, le hacemos a Agustín la pregunta de rigor, suponiendo que la
respuesta será obvia: ¿Te gusta el fútbol? Obviamente serás de Colo-Colo. Se
muere de la risa y mientras sus papás se miran con complicidad confiesa: “No,
soy de la U ”. Y
rápidamente padre e hijo empiezan a explicar que Agustín en algún momento se
identificó con los Albos, hasta que viajaron a ver un partido fuera de Santiago.
“Nos tocó ver un show de la barra de la
U , que son impresionantes, un despliegue, verlo en vivo”,
recuerda Marco. En ese minuto le bajaron todas las dudas a Agustín, quien
agrega: “Tenía como 9 años creo y entonces decidí llamar a mi mamá, para
preguntarle si me podía cambiar de equipo”. ¿Seguro, seguro? Seguro, dice con
mucha determinación.
Con la misma seguridad, Agustín declara manejar
sin problemas su origen. “No me da vergüenza ser mapuche. Nunca me ha dado. Si
bien es un antecedente más, es un dato que me da orgullo, me gusta y lo
demuestro”, dice. Por supuesto también ha sido objeto de más de alguna broma.
“A veces me tiran tallas y yo digo ‘qué
tiene de malo’. Siempre busco el respeto y la aceptación del otro”, agrega.
El testimonio de Marco y Mirna nos lleva a preguntarles
a estas alturas cómo evalúan su experiencia de paternidad. “Dentro de todo,
siento que ha sido súper fácil”, dice Mirna y Marco concuerda: “Nos conocemos
mucho, hemos vivido cosas tan profundas. En familia hemos tenido la oportunidad
de conversar. Somos incondicionales. A veces caemos en conciencia que hemos
tenido tantos problemas. Sin embargo, creemos que tenemos los recursos para
enfrentar estas situaciones. Del colegio anterior nos fuimos por la puerta
ancha. La vida nos enseña que uno, siendo herido, tiene que recuperar el
aliento para saber perdonar y sanar”, concluye Marco, mientras Agustín se
retira para ir a contestar los saludos que le han llegado por la celebración
del 12 de octubre.
Con
El encuentro que Marco y Mirna tuvieran con la Madre Teresa de
Calcuta les dejó una huella que permanece. Es así que, en gratitud a lo que
sienten fue un regalo en ese momento tan triste, Marco lo agradece yendo los
sábados en familia, cuando lo pueden acompañar, al Hogar de las Hermanas
Misioneras de la Caridad ,
perteneciente a una orden religiosa católica, establecida en 1950 por la Madre Teresa y que
está en Batuco. Esto, para acompañar y ayudar a ancianos que allí se encuentran
y no tienen familia. Agustín, por su parte, asegura que cuando puede, va. Ahora
se le hace más difícil, porque está en clases de inglés. Le gusta ir, porque en
especial se ha ido encariñando con un señor a quien lo encuentra muy solo: “Me
gusta ir, para poder acompañarlo”.
Cita normas A.P.A.:
Siredey, Verónica (2011). Familia Velásquez Rojas. Hijo mapuche: al rescate de sus raíces. Adopción y Familia, 7, 8-11
URL
Abreviada: http://numrl.com/fvr07
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