Cuando en los recuerdos solo hay dolor y soledad
David es español, a sus 24 años y como muchos jóvenes de su edad vivió las crisis clásicas de la juventud. Pero no sólo esas, sino también otras. Como hijo adoptivo sabe de penas y dolores que por mucho tiempo vivió en silencio, hasta el momento que decidió escribirlas.
David Azcona corrió el velo de su privacidad el
día que decidió escribir su testimonio y publicarlo en internet. La situación
que hasta ese minuto vivió en silencio, pensamientos, sentimientos y emociones que
sólo había compartido en parte con sus más
cercanos, de pronto salieron a la luz. Al preguntarle qué lo motivó a escribir,
confiesa que desde hace un tiempo ya sentía que había cosas en su vida que no
estaban bien. “Me sentía sólo, tenía pánico al abandono y reaccionaba de forma
diferente al resto de las personas ante situaciones comunes del día a día.
Empecé un blog contando mi testimonio. Mi sorpresa fue encontrar por primera
vez en mi vida a mucha gente que empatizó totalmente conmigo. Por primera vez
me sentí parte de algo, me sentí comprendido. Tenía la necesidad de buscarme a
mí mismo y de que me escucharan. Necesitaba expresarme, como modo de elaborar
lo que tenía dentro”. El siguiente es el testimonio que publicó en 2009 en su
blog.
"Es
muy difícil escribir en unas cuantas líneas mi vida, mis experiencias. Las
personas que me han animado a hacerlo, son mis compañeros de la Voz. Yo no sabría por
dónde empezar...
Me
presento: Tengo 24 años, me llamo David. Mi madre me tuvo con 14 años, y por
varias circunstancias, llegué a un centro con poco más de un año. No recuerdo
muchos detalles, pero sé que los fines de semana y vacaciones iba a ver a mi
familia. Los años pasaron y me acostumbré a mi "nuevo hogar". Me
conocía a todos, ya que fui el que más pequeño llegó y el que más mayor se
marchó.
Son años
borrosos. Recuerdo sentirme muy solo, algo que recuerdo especialmente es cuando
en Navidad, yo era el único que se quedaba en el centro, y un monitor/cuidador
tenía que quedarse conmigo. Yo era muy consciente, al menos yo lo sentía así,
que al monitor le gustaría estar con su familia y amigos en su casa, pero le
tocaba pasar Nochebuena o Nochevieja conmigo, en el centro, los 2 solos, viendo
la TV. Me
hacía sentirme culpable y a la vez, ese sentimiento de soledad me embargaba,
pero me acostumbré a ello.
Recuerdo
que ya tenía unos 10 u 11 años, cuando me fui con una familia de acogida. Salía
los fines de semana con ellos. Yo me esforzaba por comportarme bien. Todo
parecía una "Película" donde ambas partes actuábamos aparentando ser
una familia feliz. Pero llegaba el domingo por la tarde y yo volvía al centro,
y la cruda realidad era otra. Mi impresión es que ellos también fingían,
fingían ser una familia para mí, fingían ser una pareja perfecta... Entiendo
que querían hacerme sentir bien... Yo fingía, fingía ser feliz con ellos. Pero
me era muy difícil concebir algo real.
Con una
de las familias acogedoras temporales, recuerdo que el primer fin de semana que
pasé con ellos, invitaron a todos sus amigos y familiares y me hicieron
desfilar como un mono de feria. Recuerdo miradas de compasión, miradas y más
miradas. Yo sólo quería estar tranquilo con ellos, sentirme en paz, jugar, reír
y salir de la rutina del centro. Lo harían con buena intención, pero eso me
bastó para no querer seguir con ellos. Llamé a mi trabajadora social y pedí
volver al centro. Así que volví, no sin recibir de todo el mundo frases como:
"Pero dónde vas a estar mejor. ¿Cómo vuelves al centro?". Pero yo
tenía muy claro lo que NO quería. En el centro, con el tiempo fui de los
mayores. Ayudaba con los pequeños. Me conocía a todo el mundo y con algunos
pude crear cierto vínculo.
A día de
hoy reconozco que se me han quedado guardadas cosas. Una característica
importante, es que no suelo hablarlo con mis amigos, ni con nadie. Ya que hay
una cosa que no soporto, es que se compadezcan de mí, en definitiva dar pena.
Ya que durante tantos años, me he preguntado si las personas que me rodeaban
era por compasión o porque de verdad me quisieran. Es una lucha constante en mi
vida. No soporto, cuando alguien sabe de mi historia, y cuento los episodios
más duros, que rara vez ocurre, si veo que cambian de actitud, más amables, más
comprensivos, etc. Yo me bloqueo y los evito. Lo que es cierto, es que cuando
se lo cuento a alguien, que ha pasado por algo parecido, no me siento así, y se
puede crear un lazo de comprensión mutua, que he encontrado también en la Voz. Siempre me han
dicho que he tenido una especie de don para los niños con problemas, niños que
han pasado por situaciones parecidas a la mía. Empatizo tanto con ellos, que no
me cuesta entablar conversación y crear un ambiente cómplice.
A los 16
años fui acogido por una familia, y llevo viviendo con ellos 8 años. Ellos
tienen 3 hijos biológicos más pequeños que yo. No he podido evitar tomar el rol
de hermano mayor, protector. Ellos son mi familia de acogida, pero hay veces
que me siento muy "fuera del tiesto". Con 18 años, retomé el contacto
con mi madre biológica y desde entonces sigo en contacto con ella y con mi
hermana pequeña. Ellas también son mi familia, y me gusta que la gente respete
esa parte de mí. Tan difícil de entender para algunos, porque ella, mi madre,
procede y vive otra vida tan distinta a la gente que me rodea. Yo la he
perdonado, pero no puedo evitar ese dolor, ese dolor que a veces me ahoga. Guardo
esos sentimientos muy dentro de mí, apenas afloran. Ya que por fuera, soy un
tío divertido, hago reír y casi siempre estoy con una sonrisa en la boca. Mis
amigos, son mi familia, y reconozco que la gente que me rodea, la que me
importa, me afecta mucho cómo se comporta conmigo, aprecio detalles que otros
no. Quizás no pueda evitar poner a prueba, a día de hoy, a mis parejas,
amigos... De una forma que sólo yo entiendo.
Pero me
cuesta, me cuesta mucho confiar en la gente."
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