“Soy padre de un adolescente” suele verse como
una declaración cargada de resignación de un adulto sobrepasado y falto de
herramientas y que despierta la compasión
de quienes le escuchan, imaginando a un -ya no tan pequeño- monstruo
rebelde y voluntarioso, que se opone a cada regla por el sólo hecho de hacerlo,
que todo le molesta o le parece mal, alguien a quien no hay cómo controlar y no
queda más que padecerlo, a la espera que crezca y madure, sin que haya cometido
ninguna barbaridad que no pueda solucionarse.
“Soy padre de un adolescente”, que se siente
grande, maduro, poderoso, invulnerable, que se manda solo, pero que se equivoca
constantemente y le cuesta reconocerlo; que necesita que lo cuiden y lo
protejan, pero no lo acepta; que es capaz de razonar como un adulto, pero no
entiende razones; que suele comportarse como un niño y quiere que lo traten
como adulto; que no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya.
“Soy padre de un adolescente” y me asusta que
se equivoque, que trate de actuar como adulto y no tenga la capacidad de asumir
las consecuencias, que no se atreva a pedir consejo o ayuda para no parecer
débil, que actúe sin pensar, que no tenga la experiencia para reconocer dónde
hay peligro, que se deje influenciar y sea tarde cuando se dé cuenta y no pueda
volver atrás.
“Soy padre de un adolescente” y sé lo que se
siente enfrentar un mundo enorme, lleno de exigencias y expectativas; que todos
crean saber lo que sientes y lo que te sucede, pero tú no; que todos opinen
sobre ti, lo que debes hacer, cómo debes comportarte, qué debes elegir, que
decidan por ti y que no te escuchen; que no confíen en ti, en que puedes
intentarlo, que puedes equivocarte, que aprenderás de tus errores.
“Soy padre de un adolescente” y sé que se tiene
fe, que ve esperanzas en un mundo en que los adultos aprendimos a desconfiar.
Sé que se siente con la fuerza de cambiar el mundo, que todo puede ser mejor y
que depende de él ser el motor del cambio. Sé que los adultos no creemos en
ellos, que los consideramos soñadores e ilusos, irresponsables e irreverentes,
a veces hasta indiferentes.
“Soy padre de un adolescente” y lo quiero, por
eso intento cuidarlo, protegerlo, mostrarle el camino correcto, ése que sé que
es el correcto porque tengo más experiencia y me ha permitido llegar hasta
donde estoy hoy. Como padre lo he hecho bien, mi hijo ha llegado hasta aquí con
mi guía y consejo ¿por qué ya no me hace caso, si todo ha ido bien?
“Soy padre de un adolescente” y él no me hace
caso. Siento que pierdo el control, pero entiendo que no puedo tenerlo siempre
a mi alcance, que no siempre podré estar ahí para él, que él no me necesitará
siempre.
“Soy padre de un adolescente” y quiero
construirle un mundo seguro para cuando yo no esté, y no me escucha. No quiere
escucharme, quiere construir su propio mundo. Y no lo quiero escuchar, porque
aún desconfío de su capacidad y criterio. No logramos ponernos de acuerdo, no
podemos dialogar.
“Soy padre de un adolescente” y he aprendido a
escucharlo y él a mí. Tiene ideas y puntos de vista más maduros de lo que
creía, me sorprende muchas veces. No pienso tan diferente como él y eso lo
sorprende. Intenté cambiarlo y no resultó. Entonces cambié el modo de verlo, de
relacionarme con él respetando quién es, cómo piensa, lo que siente, con sus
sueños y anhelos, además de sus dudas y temores, y el confiar en él –pese a mis
dudas y temores- ha cambiado nuestra relación. He descubierto que su oposición
hacia mí es un aporte a la construcción de nuestro vínculo, porque con ella me
recuerda que él tiene su propia mirada, tan válida como la mía, y que no debo
pasarla por alto.
“Soy padre de un adolescente” e intenté
enseñarle, pero finalmente aprendí de él.
Ladislao Lira Hurtado
Editor
General
Revista
Adopción y Familia
Cita normas A.P.A.:
Lira, Ladislao (2012). Soy padre de un adolescente. Adopción y Familia, 8, 1
URL abreviada: http://numrl.com/AyF08
URL abreviada: http://numrl.com/AyF08
No hay comentarios:
Publicar un comentario