En la escuela del respeto
La primera crisis interna de
la Sagrada Familia.
O, por lo menos, la primera crisis que quedó documentada, fue la famosa
peregrinación a Jerusalén en que Jesús se quedó en el Templo y no regresó a
Nazaret con la caravana de su pueblo.
La suya era una familia
religiosa que acudía tres veces al año a las fiestas de precepto de Israel: la
más importante, por cierto, era la
Pascua que obligaba desde los trece años cumplidos. El Papa
Benedicto acota que los padres piadosos solían llevar a los hijos, desde
algunos años antes, para que se acostumbraran al precepto. Algo así como la
excelente costumbre de ir a Misa en familia, incluyendo a los niños más pequeños.
En Israel era aún más importante pues a los trece años, edad de la pubertad,
hay y había un rito, la
Barmitzva , una fiesta que anuncia la mayoría de edad. El
púber era conducido por un rabino llevando un rollo de la ley y debía leer la Escritura , guiado por
una pluma de plata con que el Rabino le señalaba el lugar de la lectura. ¡Ahora
este varón podía proclamar la lectura en la Sinagoga ! Era mayor de edad.
Sea como sea, en estas
caravanas los niños podían ir con sus padres, con sus amigos o con otra
familia, y por la noche se reunían con sus padres. Eso es exactamente lo que no
sucedió la primera noche y por eso José y María se angustiaron, tuvieron que
desandar el camino, y no lo encontraron, hasta que se les ocurrió ir al Templo
para ver si había noticia de Jesús. El diálogo refleja la tensión: “tu padre y
yo te buscábamos angustiados”… Estoy oyendo a mi mamá cuando, en las
situaciones más serias, invocaba la autoridad paterna junto con la propia. La
respuesta del niño pudo parecer insolente: “¿por qué me buscaban? ¿No sabían
que yo debo estar en los asuntos de mi padre?” Insolente y, de paso,
recordándole a José que él era sólo su padre adoptivo. En mi familia, la
respuesta habría sido: ¡qué te has imaginado, chiquillo! En la casa de María y
de José, tenían otro patrón de conducta, y optaron por el silencio y el respeto,
guardando en el corazón lo que no lograban comprender.
En verdad, el respeto es una
pedagogía y una escuela. No es una actitud improvisada. Es el fruto de un
corazón que procura mirar hacia adentro, que vuelve a las raíces, como lo dice
la palabra. Es una actitud que se aprende por contagio más que por discurso.
Son los padres los primeros convocados a conocer y a acoger el corazón de sus
hijos, su carácter, su temperamento, su originalidad, cosa que se realiza desde
que ellos ven la luz del día, y aún antes. Son los padres los llamados a
respetar a sus hijos: su proyecto, su vocación, su misterio, y no hacerlo a
cambio de una actitud semejante por parte de ellos. El respeto no se negocia:
se vive.
Hoy nos quejamos de que los
jóvenes son irrespetuosos: que no le ofrecen el asiento a una anciana ni a una
mujer embarazada, que nos tratan de igual a igual, que no se ponen de pie en la
sala de clases cuando entra un profesor. Es un signo más de este cambio epocal
que nos tiene a todos de aprendices. Lo importante es no renunciar a lo que uno
cree y quiere para la vida en familia, en la sociedad, y avalarlo con el
testimonio. Lo importante es “guardar en el corazón” lo incomprensible para
esperar el momento oportuno en que la palabra caiga en buena tierra.
El respeto no se enseña ni
se aprende a gritos. El respeto no se puede reclamar si yo antes no lo vivo. Y,
cuidado, pues a veces celebramos los berrinches de los pequeños y sus malos
modales como si fueran una “choreza”. Eso es fatal, pues una vez que damos
espacio a esas faltas de respeto, hemos cedido un campo muy difícil de
reconquistar.
Si levantamos la mirada,
veremos que vivimos en una sociedad de la exigencia: antes de pedir, “exigimos”
que se nos haga o se nos cumpla, y lo hacemos “hasta las últimas
consecuencias”. Una sociedad que ama la tolerancia – la menor de todas las
virtudes – sin estrenarse en el respeto que es virtud verdadera. Es cosa de ver
la TV y de leer
las noticias para preguntarse cómo ayudar a construir una sociedad del respeto
mutuo, plantando sus semillas desde el seno del hogar. Siguiendo el ejemplo de
María y de José, lo primero será aprender a “guardar en el corazón”.
Cita normas A.P.A.:
Tupper,
Rodrigo (2013). En la escuela del respeto. Adopción
y Familia, 9, 47
URL abreviada: http://numrl.com/crt09
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