29 de agosto de 2013

Pbro. Rodrigo Tupper

En la escuela del respeto
La primera crisis interna de la Sagrada Familia. O, por lo menos, la primera crisis que quedó documentada, fue la famosa peregrinación a Jerusalén en que Jesús se quedó en el Templo y no regresó a Nazaret con la caravana de su pueblo.
La suya era una familia religiosa que acudía tres veces al año a las fiestas de precepto de Israel: la más importante, por cierto, era la Pascua que obligaba desde los trece años cumplidos. El Papa Benedicto acota que los padres piadosos solían llevar a los hijos, desde algunos años antes, para que se acostumbraran al precepto. Algo así como la excelente costumbre de ir a Misa en familia, incluyendo a los niños más pequeños. En Israel era aún más importante pues a los trece años, edad de la pubertad, hay y había un rito, la Barmitzva, una fiesta que anuncia la mayoría de edad. El púber era conducido por un rabino llevando un rollo de la ley y debía leer la Escritura, guiado por una pluma de plata con que el Rabino le señalaba el lugar de la lectura. ¡Ahora este varón podía proclamar la lectura en la Sinagoga! Era mayor de edad.
Sea como sea, en estas caravanas los niños podían ir con sus padres, con sus amigos o con otra familia, y por la noche se reunían con sus padres. Eso es exactamente lo que no sucedió la primera noche y por eso José y María se angustiaron, tuvieron que desandar el camino, y no lo encontraron, hasta que se les ocurrió ir al Templo para ver si había noticia de Jesús. El diálogo refleja la tensión: “tu padre y yo te buscábamos angustiados”… Estoy oyendo a mi mamá cuando, en las situaciones más serias, invocaba la autoridad paterna junto con la propia. La respuesta del niño pudo parecer insolente: “¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi padre?” Insolente y, de paso, recordándole a José que él era sólo su padre adoptivo. En mi familia, la respuesta habría sido: ¡qué te has imaginado, chiquillo! En la casa de María y de José, tenían otro patrón de conducta, y optaron por el silencio y el respeto, guardando en el corazón lo que no lograban comprender.
En verdad, el respeto es una pedagogía y una escuela. No es una actitud improvisada. Es el fruto de un corazón que procura mirar hacia adentro, que vuelve a las raíces, como lo dice la palabra. Es una actitud que se aprende por contagio más que por discurso. Son los padres los primeros convocados a conocer y a acoger el corazón de sus hijos, su carácter, su temperamento, su originalidad, cosa que se realiza desde que ellos ven la luz del día, y aún antes. Son los padres los llamados a respetar a sus hijos: su proyecto, su vocación, su misterio, y no hacerlo a cambio de una actitud semejante por parte de ellos. El respeto no se negocia: se vive.
Hoy nos quejamos de que los jóvenes son irrespetuosos: que no le ofrecen el asiento a una anciana ni a una mujer embarazada, que nos tratan de igual a igual, que no se ponen de pie en la sala de clases cuando entra un profesor. Es un signo más de este cambio epocal que nos tiene a todos de aprendices. Lo importante es no renunciar a lo que uno cree y quiere para la vida en familia, en la sociedad, y avalarlo con el testimonio. Lo importante es “guardar en el corazón” lo incomprensible para esperar el momento oportuno en que la palabra caiga en buena tierra.
El respeto no se enseña ni se aprende a gritos. El respeto no se puede reclamar si yo antes no lo vivo. Y, cuidado, pues a veces celebramos los berrinches de los pequeños y sus malos modales como si fueran una “choreza”. Eso es fatal, pues una vez que damos espacio a esas faltas de respeto, hemos cedido un campo muy difícil de reconquistar.
Si levantamos la mirada, veremos que vivimos en una sociedad de la exigencia: antes de pedir, “exigimos” que se nos haga o se nos cumpla, y lo hacemos “hasta las últimas consecuencias”. Una sociedad que ama la tolerancia – la menor de todas las virtudes – sin estrenarse en el respeto que es virtud verdadera. Es cosa de ver la TV y de leer las noticias para preguntarse cómo ayudar a construir una sociedad del respeto mutuo, plantando sus semillas desde el seno del hogar. Siguiendo el ejemplo de María y de José, lo primero será aprender a “guardar en el corazón”.
Cita normas A.P.A.:
Tupper, Rodrigo (2013). En la escuela del respetoAdopción y Familia, 9, 47
URL abreviada: http://numrl.com/crt09

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