23 de diciembre de 2009

Columna de Marta Hermosilla, psicóloga especialista en adopción


Las tareas especiales

Cuando nos convertimos en padres adoptivos, después del difícil proceso de la evaluación y su buen resultado: la idoneidad, los primeros tiempos de tener al hijo son un período de emoción, felicidad, cansancio y aparecen algunos temores que son rápidamente acallados.

    Pues sí, los padres adoptivos tenemos que hacer las mismas cosas que hacen todos los padres, alimentar, cambiar pañales, sacar flatitos, pero también se nos agregan otras tareas que son específicas: en primer lugar, tener la obligación de revelarle su situación de adoptado a este hijo que se siente desde las entrañas. En segundo lugar, aceptar que somos los padres verdaderos y reales de los hijos, no somos sucedáneos, somos padres de verdad, sólo que con unas tareas extra y otras que son iguales que las que tienen los padres biológicos, pero se hace más difícil para los adoptivos, por ejemplo, en el poner límites a la conducta del hijo, educarlo bien. Esto es más fácil decirlo que hacerlo; darle valores, enfrentar su rebeldía, no olvidemos que la edad del “no” comienza alrededor de los dos años, y los niños del tercer milenio parecen ser cualitativamente diferentes a los del siglo anterior (nosotros). Los padres adoptivos sentimos, más que los biológicos, miedo a que al imponer la autoridad el niño nos puede dejar de querer.
    Esta primera tarea, el revelar, es una de las más difíciles, y es un golpe. Aunque se tenga cognitivamente claro que es preciso hacerlo, afectivamente el corazón quiere engañarse; lo que no es realmente un engaño, porque el corazón siente que el hijo es propio, este hijo, este niño que está en su cuna y que ya dijo “papá” y “mamá”
    Es muy comprensible y humano soñar con no decir, hacerse la idea de que el hijo, que es propio, no sepa que se gestó con otras personas. A veces se siente que el decir, es un poco como abandonar al hijo, reconocer que no nació de uno, es sentir que no es de uno.
    Giberti y Doltó plantean que el niño sabe siempre en forma intuitiva e inconciente del abandono de que fue objeto. Además, en su inconciente capta los mensajes afectivos ambivalentes, que tienen relación con la inseguridad que pueden sentir los padres frente a su rol parental.
    Pretender crear una relación verdadera de una mentira es, a mi modo de ver, una imposibilidad, especialmente si la mentira toca a los estratos más profundos del ser. Además, éticamente toda persona tiene el derecho a conocer sus raíces. El mantener un secreto demanda una cantidad increíble de energía. Y los secretos más secretos son percibidos por los que no están en él. A veces algunos padres asumen actitudes artificiales, faltas de espontaneidad que son percibidas por el hijo, creándose un clima de tensión que afecta las relaciones familiares. Una forma importante de respetar al hijo es no negarle la verdad.
    Este respeto es violado también cuando los padres, al adoptar niños mayores, les cambian el nombre por el cual han sido conocidos por un lapso mayor de una semana, ignorando así la identidad formada hasta la fecha de la adopción, como si fuese posible partir a fojas cero después de haber vivido.
    Si no se revelara, se le negaría al hijo su derecho a acceder a parte de su identidad, lo cual se puede traducir en una inhibición general respecto al conocimiento y al aprendizaje.
    Las dificultades que los padres tienen para revelar, generalmente se relacionan con sus propios prejuicios o con conflictos aún no resueltos, ya que de alguna manera revelar requiere que hayan asumido su infertilidad. Los padres sienten que la revelación podría ser un obstáculo a su deseo de sentir al niño como propio. Temen, también, que los niños sufran al conocer que fueron abandonados o las circunstancias de su nacimiento, que ellos consideran dolorosas.
    Partiendo de la base que es necesario, conveniente e importante que sean los padres quienes comuniquen a sus hijos el hecho de su adopción, la pregunta siguiente es, qué, cuándo y cómo. La revelación debe ser un proceso continuo de diálogo y no un momento específico; sobre esto nos referiremos en otra ocasión.
    En resumen, hay tareas que son comunes a todos los padres, pero que para los padres adoptivos son más difíciles de asumir, y otras dos específicas: revelar la condición de adoptado y asumir desde el fondo del ser, que nosotros somos los padres verdaderos de este hijo.

1 comentario:

  1. Marta : estoy plenamente de acuerdo con Ud. que hay que estar y hablar siempre con la verdad, pues ella es sanadora.

    Lo que no estoy de acuerdo y es segunda vez " que se lo escucho" ( la primera en nuestra 1º entrevista para el proceso de adopción y la segunda en esta revista)respecto del no cambiar el nombre a los hijos adoptivos .

    Cuando nuestros hijos son biológicos somos nosotros los padres quienes de alguna forma al acogerlos en familia los nombramos sea " Pablo, Beatriz ..... " y en esa acto " los hacemos y los reconocemos como propios" .

    Nombrar las cosas es hacer un acto interno de reflexión y "apropiación" ( sana) .

    Cuando un científico descubre algun ser no conocido, le llama y lo nombra y de esa forma "lo hace vivo" para la sociedad en la que se desenvuelve.

    Nuestros hijos no llevan su nombre escrito "por las estrellas". Somos nosotros sus padres quienes le damos un nombre.

    Si bien es cierto que por el aspecto legal deben tener un nombre , eso no priva su derecho ( hijo adoptivo) a que sus padres le asignen uno propio , particular , sanador y nuevo en su ingreso a esa familia en donde siempre han pertenecido.

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